Cultura

Desmitificación y memoria propia de la Legión Cóndor

  • Stefanie Schüller relata en un libro la experiencia de los combatientes alemanes que apoyaron a Franco en la Guerra Civil, unas vivencias apenas exploradas hasta ahora por los historiadores.

La guerra como aventura. La Legión Cóndor en la Guerra Civil española, 1936-1939. Stefanie Schüler-Springorum. Alianza. Madrid, 2014. 426 págs. 22 euros.

La intervención alemana es uno de los capítulos mejor estudiados de la Guerra Civil. El papel que jugaron los intereses económicos, las tensiones diplomáticas y sobre todo las razones que estuvieron detrás de la estratégica decisión de Hitler de apoyar al bando rebelde han recibido la atención de historiadores como Christian Leitz, Rafael García Pérez o Ángel Viñas. El listado se haría inabarcable si enumeráramos además los trabajos específicamente dedicados a la Legión Cóndor, la unidad de la aviación alemana que capitalizó la misión en España. Es bien sabido que su supremacía en los aires contribuyó decisivamente a desnivelar la contienda a favor del bando franquista. Y que los dramáticos efectos de sus bombas destruyeron las infraestructuras de la zona republicana, sembrando el terror entre la población civil.

Pese a todo lo escrito, resulta asombroso que se haya ignorado hasta ahora el componente humano de esta unidad militar, empezando por algo tan obvio como cuantificar el número de sus integrantes. Carecíamos de un relato de sus vivencias. Desconocíamos la percepción que tuvieron de una guerra extraña a su medio social y su cultura. Tampoco sabíamos de la huella que dejó tal experiencia en la memoria de los supervivientes. Y esto es justamente lo que ofrece el libro de la historiadora alemana Stefanie Schüller: el primer estudio de la Legión Cóndor como grupo de combatientes, de su mundo compartido y de la difícil asimilación del pasado que dejaron en España cuando regresaron a su tierra. La propuesta es tentadora aunque los resultados no siempre están a la altura de lo que se promete en la introducción, en parte por la limitación de las fuentes (la destrucción de los archivos de la Luftwaffe) y en parte por cierta rigidez en la exposición de las temáticas que trocean las memorias de los oficiales y aviadores, base principal del estudio. Pero es una opción legítima y sobre todo original porque no abundan las monografías centradas en un cuerpo o una compañía militar. Para la época que tratamos recuerdo ahora el libro que Christopher Browning dedicó al batallón 101, responsable de la solución final de Polonia, que levantó mucha polémica. El de Stefanie Schüller tampoco lo tiene fácil con unos legionarios que no despiertan por lo general especial simpatía. Pero es obligación del historiador explicar también sus comportamientos y no solo para entender su propio mundo sino algunas claves de la Guerra.

Un sentimiento ambivalente cruza de forma recurrente las memorias de estos jóvenes aviadores que llegaron a España en el verano de 1936 formando parte de una misión confidencial de la que no podían dar cuenta a sus familias. El hambre de riesgo y aventura, acunado en el ideal del régimen nazi que los destinaba a convertirse en la élite de la Nueva Alemania, se topaba frecuentemente con la realidad terca, menos amable, de vivir en un país extraño, distinto a todo lo que habían visto antes y opaco a sus valores educativos. Se alojaban en los mejores hoteles, gozaban de privilegios y placeres que estaban vedados a la inmensa mayoría de los españoles. Tenían veinte años, mucho tiempo libre y una buena paga. Pero el entusiasmo del vuelo, el frenesí de la guerra, la camaradería y la fiesta que seguían a las misiones de combate, quedaban oscurecidos a menudo por el sabor amargo del aislamiento, la lejanía de sus hogares y la incomprensión de los españoles.

Golthar Handrick recuerda con desagrado el montaje de los aviones en el aeródromo de Tablada, bajo el sol abrasador del verano sevillano: terminaron en bañador y con unos sombreros de ala ancha. Naturalmente esto es una anécdota que puede resultar simpática, pero conforme avanzaba la guerra fue prevaleciendo en el ánimo de muchos legionarios un sentimiento de desolación y pérdida de sentido de su misión en España. Al menos los rojos -confesaban algunos- combatían por una idea pero ¿qué motivaciones había detrás del bando nacional? ¿Luchaban por la Iglesia, por las grandes propiedades, por la monarquía y la restauración del viejo orden social o quizás por la Falange? -se preguntaba en una carta a la Wehrmacht, Erwin Jaenecke-. Las diferencias entre Franco y Richthofen sobre la estrategia militar que convenía para derrotar al enemigo tampoco facilitaban el entendimiento. Y la frustración, el cansancio de España, se apoderaba de la voluntad de los pilotos cuando regresaban de las acciones de combate.

La asimilación de la experiencia vivida en España fue una digestión pesada para los pocos legionarios que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. Las páginas que la autora dedica al proceso de integración y normalización de sus vidas profesionales en la Posguerra, bajo la doble presión de la Alemania de Adenauer y de la RDA, nos parecen las más conseguidas de un libro imprescindible. Haber pertenecido a la unidad de élite que se distinguió por su lealtad nacionalsocialista era un asunto incómodo para cualquiera de ellos y muchos tuvieron que ocultarlo para integrarse en la Bundeswehr. También lo fue para los gobiernos de España y la Alemania federal que trataban de reconstruir unas relaciones diplomáticas bajo tutela de los EEUU. Otra cosa fueron los lazos emocionales e ideológicos que se habían fraguado entre los oficiales fascistas alemanes y algunos jefes falangistas españoles durante la Guerra. Estos resistieron bajo distintas fórmulas y trataron de acomodarse dentro del nuevo orden. Pero no evitaron que se cuartease la leyenda de la Legión de voluntarios que había venido a apoyar a la España fascista porque empezó a estorbarle a los mismos protagonistas, que no quisieron revivir este pasado. Nació, en cambio, el mito de una Luftwaffe apolítica que por encima del bien y del mal iba a capitanear la nueva lucha contra el bolchevismo.

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