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Javier Buzón. Pintor

"La naturaleza no sólo está en lo que se ve, sino en lo que se piensa"

  • El artista sevillano reúne en la galería La Caja China una colección de trabajos pintados en los últimos dos años donde libera su pasión por el color y explora nuevos territorios creativos.

La parra, cuyas hojas se muestran en verano monocromas y verdes, se convierte al llegar el otoño en una planta muy atrevida en su colorido. Vivaz, trepadora y cambiante, la vid inspira en gran medida la aproximación al tema de la naturaleza con la que Javier Buzón ha inaugurado la temporada en La Caja China, y donde explora gamas cromáticas inéditas hasta ahora en su trayectoria.

Perteneciente como Curro González, Ricardo Cadenas, Patricio Cabrera o Guillermo Paneque a la generación de artistas de los 80 -"la época dorada de la pintura sevillana contemporánea", a decir de su galerista, el también pintor Pepe Barragán- Buzón ofrece en Paisaje vertical nuevos testimonios de una estética a la que ha sido fiel a lo largo de todas sus épocas en un camino constante y sin altibajos. "Buzón es, como Carmen Laffón y Joaquín Sáenz, un pintor de categoría dentro de la pintura figurativa sevillana, dueño de un mundo propio que nunca ha traicionado. Pero, sin alejarse de su estilo, en esta muestra se atreve con otra paleta más audaz y arriesgada", confirma Barragán. El resultado es una pintura visualmente gozosa y aparentemente lúdica o amable que, conforme nos acercamos al lienzo, revela su piel rugosa, su riqueza matérica. Brochazos, pinceladas y hasta apliques con la espátula crean una tensión, una densidad, que evoca ciertos gestos del neoexpresionismo alemán, de autores como Anselm Kiefer que fueron muy importantes, en los años 80, para la generación de artistas en las que se inscribe.

-Aparentemente esta pintura es puramente formal con su repertorio de hojas, flores exóticas, parras y marañas. El espectador se enfrenta a una estructura de naturaleza que puede identificar cómodamente. Sin embargo, al acercarse, nada es lo que parece.

-Estos paisajes verticales han sido compuestos en los últimos dos años y medio de mi vida, una época dura en la que tenía que levantarme del suelo y donde decidí no ponerle límites a mi mirada. Anteriormente había prestado, por ejemplo, atención al horizonte, o al artificio en mi serie de Nocturnos. Pero aquí quise mirarlo todo y estirar la paleta hasta abarcar el arcoiris como en un experimento. Para crear estas series he levantado el plano y lo he convertido en pintura. En unos casos el tema son las hojas que están sobre el suelo, tan otoñales, que elevo y coloco frente al espectador. Esos cuatro lienzos de la serie Hojas caídas comparten una figuración muy controlada, son como bodegones que tienen mucho de Morandi y de mis últimos viajes por Italia y la Toscana, especialmente en el uso de colores como morados y violetas inusuales en mi pintura. En otros casos es la propia naturaleza la que se construye en vertical, como en la serie de Las tobas, dedicada al helecho especial, vivo y antiguo, que crece sobre esas piedras calizas muy porosas que posibilita el agua. Son los helechos los que me facilitan contar lo que yo quiero. Parecen cuadros muy figurativos en las postales que ha editado la galería pero al acercarte ves que es donde he empleado una pintura más libre y abstracta, con todo tipo de colores, teniendo muy presentes las últimas etapas de Turner y Monet, cuando la gente piensa que se han vuelto locos dejando las obras así, aparentemente inacabadas. Aquí no hay ninguna hoja pintada, eres tú el que dibuja la hoja con tu cabeza. La naturaleza no sólo está en lo que se ve, sino en lo que se piensa. Quien mira construye el cuadro. Si tú lo ves como una flor, estupendo, pero si no, no pasa nada, es el color el que hace que el cuadro funcione. 

-Al admirar estos cuadros se advierte la presencia de un detalle final (un toque de color completamente distinto al resto, una zona abstracta entre formas reconocibles) que da un sentido inesperado a la obra, a veces esperanzador, a veces inquietante.

-Hay un prejuicio estético en esta época a la hora de hablar de la belleza y de lo formal. Yo he querido demostrar en Paisaje vertical que todas las capas de un cuadro son importantes y que los contenidos no están solamente dentro sino también en la superficie del cuadro, en la piel. Quien se coma la fruta sin cáscara se habrá perdido lo mejor. Y en ese sentido son los gestos, la última capa, lo definitivo en estos cuadros, como ocurre con el detalle del color rojo en la serie de las tobas o las pinceladas verdes en la de las hojas caídas.

-Las combinaciones cromáticas de las diversas series, muy controladas, dan paso a la apoteosis colorista de la última obra del recorrido, Jardín, cuyas flores recuerdan a las que poblaban los jardines del sanatorio donde recluyeron a Van Gogh en Arlés.

-En Jardín quise volver a la luz, al color, es una invitación personal a disfrutar de nuevo. Este cuadro tiene mucho de mi gusto por Van Gogh, un pintor que para mí era un artista de un disfrute y una energía insuperables y donde siempre encuentro, como en Cézanne, elementos de gran interés. Decidí meter todos los colores que quería -violetas, rojo cadmio, amarillos…- para recrear un jardín en las afueras de Sintra que me maravilló años atrás desde un presente mucho más difícil. Aunque ves algo amable, la tensión está muy presente. Hay algo hermoso y a la vez inquietante porque lo normal habría sido poner un fondo celeste de cielo pero es negro sobre blanco. Hay contrastes radicales, hay grafía… Es un lienzo mucho más complejo de lo que parece, con muchas capas, que me llevó tiempo completar. En general, mis cuadros son lentos porque los procesos son lentos. Si los procesos son rápidos, las obras se leen también rápido y se agotan pronto.

-En el cuadro de mayor formato, Luz en el bosque, pareciera que entre las hojas caídas y los senderos que se bifurcan pudiera aparecer de un momento a otro el jabalí de Calidonia pintado por Rubens.

-Aquí retomo muchos años después un cuadro anterior, que me atreví a destruir para empezar de nuevo. Un alumno le preguntó a Antonio López cuándo se terminaba un cuadro y él le respondió: "Cuando no eres capaz de llegar más allá, el límite lo pones tú". Yo este cuadro lo intervine porque no le veía el límite, la última capa, y lo completé cuando quise hacerlo, con este fondo blanco que le da a los cielos una apariencia mucho más radical.

-¿Cuánto debe la singularidad y libertad de su carrera pictórica al hecho de que no ha necesitado vivir del mercado por dedicarse a la enseñanza?

-No he hecho más que aplicar el sentido común que me enseñó mi madre. Mi pintura es un capricho personal y para sostenerlo tenía que tener otro medio de vida, en mi caso las clases. No puedo depender de una galería, un comisario, una moda. Yo pinto porque lo necesito y la libertad que me dan las clases es esencial para mi proceso creativo. He visto a muchos colegas que se convierten en pintores domingueros. El poeta puede ser almacenista, u oficinista como Pessoa, pero cuando tú quieres y necesitas expresar una cosa acabas desarrollándola en el tiempo. Desde 1984 soy profesor agregado de dibujo en Bachillerato. En mi primer año como profesor en Jimena de la Frontera (Cádiz) decidí emplear el dinero que ganaba en alquilar un estudio que ni siquiera tenía cocina. Trabajé intensamente y gracias a ello, en 1986, logré exponer mi primera individual en la galería María Genis de Sevilla. Nadie es Superman pero cuando lo tienes claro lo haces, pintas, y cuando no, todo son justificaciones. Esto vale para la creación en general y lo veo claro en mis amigos escritores, como Miguel Florián, José María Conget o Eliacer Cansino, que se han dedicado a dar clases durante décadas para poder atender su vocación literaria.

-El Gobierno ha anunciado que no se aprobará la prometida ley de mecenazgo, que tantas esperanzas había suscitado entre galeristas y coleccionistas. ¿Cómo le afecta a su ritmo de trabajo la crisis del mercado del arte?

-El arte siempre está en crisis porque crisis no es lo que significa en economía sino lo que hace que el mundo se mueva. Así que estamos en otro territorio mental. Me debo a mí y no a cuestiones coyunturales. Sería muy pobre que condicionara mi práctica artística a la existencia de ayudas, becas, comisarios o marchantes porque, como decía, pintar es para mí una necesidad vital. Además, tengo mi ritmo y primero realizo la obra y luego me comprometo con galeristas, museos o clientes, nunca al revés, porque nunca sé cuáles serán mis tiempos. Aunque sí intuía, como ha ocurrido, que estas obras de Paisaje vertical me iban a llevar bastante tiempo.

-Su obra, comparada con la de muchos de sus compañeros de la generación sevillana de los 80, que han incorporado otros lenguajes artísticos como la escultura o la animación, se ha mantenido esencialmente fiel a la pintura. ¿Qué impacto ha tenido en su carrera la evolución estética de sus colegas?

-Nos llevamos mejor porque somos distintos. Si todos fuéramos iguales seríamos mucho peores. Esa relación especial la tenemos desde el principio, desde que coincidimos la mayoría en las aulas de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla. Nunca nos hemos parecido.

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