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Cultura

Del románico catalán a Miquel Barceló en los tesoros de la Fundación Godia

  • El Bellas Artes de Sevilla ilustra hasta el 25 enero, a través de 40 piezas de la colección barcelonesa, el papel del mecenas privado en la protección del patrimonio

La maestría como retratista de Ramón Casas (Barcelona, 1866-1932) y la influencia de la fotografía en su pintura renovadora convergen en uno de los títulos esenciales de su producción: En el hipódromo. Ataviados con una elegancia parisina, una señora deja ver las enaguas al recogerse el vestido mientras un señor se sube a una silla para no perder detalle de las carreras en esta escena repleta de personajes anónimos que acontece a pleno sol. El lienzo, pintado al óleo, es una de las 40 joyas que pueden verse hasta el 25 de enero en el Museo de Bellas Artes de Sevilla dentro de la exposición Coleccionar arte. Obras de la Fundación Francisco Godia. Trabajos de Zurbarán, Isidre Nonell, Pablo Picasso, Joan Miró y René Magritte, entre otros artistas, forman parte de este recorrido cronológico por nueve siglos de pintura, escultura y cerámica. "Es la primera salida fuera de Barcelona de una selección tan ambiciosa de todas nuestras colecciones", subraya la conservadora de la Fundación, Mercè Obón Mateos, que acompañó en la presentación del proyecto a la secretaria general de Cultura de la Junta de Andalucía, Mar Alfaro, y la directora del museo Valme Muñoz, gran conocedora de este acervo artístico.

El mecenas Francisco Godia (1921-1990) fue un empresario y pionero del motor que tras su exitosa etapa como piloto se centró en comprar arte a partir de los años 60 del sigo pasado, cuando constituyó el núcleo de la que está considerada la mejor colección privada de pintura y escultura románica y gótica producida en la antigua Corona de Aragón. Su hija Liliana, que anoche acudió a la inauguración de la muestra en Sevilla, continuó su pasión y creó en su honor en 1999 la Fundación Godia, testimonio vivo de ese coleccionismo barcelonés que a partir del siglo XIX, influenciado por las tesis de la Renaixença, se alejó de las pautas marcadas por las colecciones reales y aristocráticas - "que pretendían atesorar Prados en miniatura, acumulando tizianos y tintorettos", precisó Obón Mateos- para interesarse por el pasado medieval de la cultura catalana. Liliana Godia no sólo ha seguido incrementando estos fondos con la adquisición de otros tesoros góticos, como Pentecostés, del pintor Lluís Borrasa (Girona, 1360-1425), expuesta también en Sevilla, sino que ha enriquecido su catálogo con el arte más actual: vídeos, pinturas e impresionantes instalaciones escultóricas como la de Cristina Iglesias que preside el patio de la sede barcelonesa.

El itinerario expositivo, en las salas de temporales del Bellas Artes sevillano, arranca con dos delicadas tallas románicas de vírgenes sedentes (la del siglo XII es de escuela leonesa y la del XIII, procedente del Valle de Arán, conserva incluso en el centro de su falda al Niño Jesús) y concluye en el siglo XX con un bodegón (Sin título, 1985) realizado en técnica mixta por el pintor mallorquín Miquel Barceló, que integra a modo de collage elementos diversos como cañas y gambas para reflexionar sobre la materialidad de la pintura y la relación de ésta con la cocina.

La Fundación Godia está alojada en un edificio modernista y protegido del centro de Barcelona, la casa Garriga Nogués que el arquitecto Enric Sagnier construyó para el banquero Rupert Garriga Miranda en el tránsito del siglo XIX al XX. Su ambiente se recrea ahora en la muestra de la pinacoteca sevillana con un atractivo montaje que enfatiza la diversidad de los fondos, incluidos los cerámicos. "En la colección de cerámica, que tiene más de 1.000 piezas, están representados todos los talleres hispánicos desde los siglos XIV al XIX porque era una de las pasiones de Francisco Godia", explica Obón Mateos. "Hemos traído a Sevilla ejemplos significativos de la loza de reflejo dorado de Manises de los siglos XV y XVI y también piezas de la manufactura de Cataluña con sus características decoraciones blancas y azules".

En la primera sala del recorrido, dedicada al arte medieval y renacentista y muy cerca del icónico San Cristóbal pintado por el Círculo de El Bosco hacia 1503, sobresalen dos obras esenciales. La Asunción de Santa María Magdalena es una espléndida tabla pintada entre 1502 y 1503 por Juan de Borgoña, artista vinculado a la catedral de Toledo -donde trabajaron otros genios como Berruguete- que fue esencial en la introducción del nuevo estilo del Renacimiento en la Península. La obra presenta a la santa cubierta sólo con la cabellera, símbolo de su abandono de los bienes materiales, mientras siete ángeles la elevan para escuchar la música celestial, su alimento divino. A su lado asombra el Rey mago tallado por Felipe de Bigarny, artista de la Borgoña que trabajó en Burgos y Toledo, "adonde llevó los aires renacentistas sin romper con el gótico tan asentado", precisó la comisaria del proyecto. Realizado entre 1500-1510, un estudio reciente de la colección ha encontrado datos que demuestran que la pieza pudo ser policromada por el pintor Alonso de Sedano.

En la segunda sala destaca San José con el Niño Jesús, una tela pintada por Francisco de Zurbarán en su última etapa, cuando se instaló en Madrid y trató de adaptarse a los nuevos gustos iconográficos del entorno cortesano y real en un momento en que se está impulsando la devoción por el humilde carpintero de Nazaret. A esta pieza, que establece un diálogo con las colecciones del propio museo sevillano, que es el gran templo de Zurbarán, la antecede la Naturaleza muerta de Juan de van der Hamen, una obra maestra del bodegón palaciego del siglo XVII.

Con el preámbulo de En el hipódromo de Ramón Casas (que ilustra un popular punto de encuentro de la burguesía catalana, hoy desaparecido, que estaba junto al puerto de Barcelona) el visitante accede al tercer y último ámbito de la muestra, que explora la huella del modernismo y refleja el gusto floreciente de la burguesía de la Ciudad Condal y el intercambio cultural con Francia.

Destaca aquí el interés de Isidre Nonell por la representación de grupos marginales -con uno de esos retratos de gitanas melancólicas que Francisco Godia, que llegó a reunir 20 de ellos, tanto apreciaba-, y la influencia de París como escenario donde los artistas catalanes buscaron la modernidad. "A diferencia de Ramón Casas y Santiago Rusiñol, que contaban con el respaldo de sus familias burguesas, la siguiente generación vivió en la bohemia real de los cuartuchos insalubres de Montmartre", reflexionó Mercè Obón ante el cuadro Mercado de la rue Lepic de Joaquim Sunyer.

Entre las curiosidades figura un dibujo al carbón sobre cartón de Joaquín Sorolla titulado Saliendo del baño. Es una pieza inédita, que nunca se había expuesto ni publicado, y que un reciente estudio sobre la colección Godia ha identificado como el dibujo preparatorio más próximo a El baño o Viento de mar, una obra de Sorolla que fue destruida en el incendio del Jockey Club de Buenos Aires que en 1953 provocó el general Perón, según puede leerse en el catálogo editado para esta muestra.

La esencialidad de las vanguardias históricas la expresan piezas como Maternidad de Julio González, Mujer con libro de José de Togores, Minotauro recostado con una mujer de Pablo Picasso -un tinta sobre papel que el malagueño pintó en Barcelona durante un corto viaje en el verano de 1933- y La mujer acostada de Oscar Domínguez, considerado el artista español que más contribuyó al surrealismo junto a Dalí y Miró, del que aquí se recoge su dibujo al carbón y cera Estudio para la trilla.

Composición de Ismael González de la Serna, granadino incluido en la denominada Escuela de París, y la misteriosa Georgette de René Magritte marcan el final de un deslumbrante recorrido cuyo epílogo escribe, con sus consideraciones sobre el oficio de pintar, el artista español vivo más cotizado, Miquel Barceló.

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