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Cultura

Juan Sebastián Bollaín: postales imaginarias de la Sevilla 'underground'

  • La Filmoteca restaura seis cortos del autor de finales de los 70 que podrán verse en el CAAC y en el próximo SEFF.

Una Semana Santa fluvial, con los nazarenos surcando el Guadalquivir en piraguas en una carrera oficial nunca vista. La estatua de un prohombre de la patria montado a caballo, todo solemnidad triunfal con la pequeña salvedad de su cabeza, que ha sido sustituida por una enorme taza de café. La Plaza de San Francisco inundada, convertida en una piscina llena de coches que no se hunden en el agua. La Catedral como parking inusitado en pleno corazón de la ciudad. Escenas de sexo proyectadas sobre el cielo, más allá de las azoteas por las que pululaban bohemios y "marginados". Bajo el influjo surrealista de su admirado Luis Buñuel, creyendo firmemente en las ideas de Kevin Lynch, el teórico del urbanismo que proclamó que "la utopía es más eficaz que el pragmatismo", y dejándose mecer por esporádicas ráfagas de la nouvelle vague más política, Juan Sebastián Bollaín, arquitecto nacido en Madrid en 1945 pero afincado en Sevilla desde su infancia, realizó a finales de los 70 una serie de cortometrajes y mediometrajes, pura artesanía underground rodada en Super 8, "anárquicamente y a salto de mata, con ironía y mucho cachondeo", en los que, superpuesta a la ciudad real, decrépita y contradictoria del momento, aparecía otra: imaginaria, rebosante de sorpresas y con un deseo pletórico de libertad. Esas obras, gravemente deterioradas y prácticamente inencontrables e irreproducibles hasta ahora, acaban de ser restauradas y digitalizadas por la Filmoteca de Andalucía y depositadas tanto en esta institución, con sede en Córdoba, como en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), donde ayer fueron presentadas por el autor, al que acompañaron el consejero de Cultura en funciones, Luciano Alonso, y el responsable de la Filmoteca, Pablo García Casado.

"Las hice desde mi inconsciencia. Yo sólo sabía que me volvía loco el cine. Y los trucos los fui inventando. Nacieron de una libertad total y lógicamente se mezcló con mi pasión por el urbanismo y la arquitectura. Pienso que a cualquiera que haga una película con la libertad con que yo hice las mías le saldría algo... al menos muy vivo. Eso seguro. Las películas son muy militantes y muy críticas, pero era una crítica intuitiva, como hecha a bocados", dice Bollaín sobre estos seis títulos a los que se le ha devuelto la calidad de sus imágenes y del sonido, y que podrán verse en noviembre en el próximo Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF), que le dedicará un ciclo a este cineasta que en su momento, desde su amateurismo iconoclasta, se adelantó a "conceptos que están ahora muy de moda, como la sostenibilidad, que se encuentra latente en todas ellas", y cuya obra contenía semillas que han retomado en el presente algunos cineastas experimentales como el colectivo Los Hijos -"me dieron las gracias por estos cortos cuando los conocí"-, y que pueden rastrearse también en el espíritu y la toma de postura de obras de María Cañas como su ensayo documental La Sevilla del diablo.

Cuatro de las piezas restauradas son Sevilla tuvo que ser (10 minutos), Sevilla en tres niveles (9), Sevilla rota (12) y La ciudad es el recuerdo (14), que componen la tetralogía de 1979 Soñar con Sevilla. Son, como dice García Casado con sorna, "carne para semióticos". Y en todas ellas hay, apunta Bollaín, "una crítica de las formas de vida no sólo en Sevilla, sino en las sociedades occidentales en general". Títulos como La Alameda (1978) y C.A., un enigma de futuro (1979), que completan la lista de obras puestas al día, ilustran la abierta voluntad de todos estos cortos de intervenir, sin renunciar al sentido del humor, en el debate público. La primera la rodó como "señal de alarma" ante el proyecto que hubo en aquella época de remodelación de la Alameda de Hércules, donde se quería hacer una especie de "salón dieciochesco, como lo llamaban entonces", con soportales como los de la avenida República Argentina. La película, estrenada en el mercadillo de la Alameda meses antes de las primeras elecciones municipales tras la dictadura, tuvo una sustancial incidencia en el debate sobre esta transformación urbana (y una de las pruebas es que Bollaín fue nombrado al año siguiente Sevillano del Año), que finalmente no se llevó a cabo. "Recuerdo que el decano [el corto fue producido por la delegación hispalense del Colegio Oficial de Arquitectos de Andalucía Occidental y Badajoz] amenazó con dimitir si no quitaba del montaje unas imágenes de prostitutas en la Alameda: ¡O las putas o yo!, gritaba. Pero salieron. Y el decano no dimitió. Nunca tuve problemas de censura, afortunadamente".

En C.A., un enigma de futuro, Bollaín se fue a Cádiz; Cádiz en el año 3000 y para entonces inexistente. En la obra, unos arqueólogos estudian un yacimiento donde se asentó la ciudad. A partir de esta licencia, entre el puro juego, la ciencia-ficción y el ensayo, el autor reflexionaba sobre el "urbanismo canalla" que entonces imperaba a su juicio en la capital de la Bahía. Ésta fue una de las pocas excursiones fuera de Sevilla de Bollaín -tío de Icíar-, un cineasta heterodoxo que también rodó filmes más convencionales -Las dos orillas (1986) o Belmonte (1994), sobre el mítico matador de toros, con escasa fortuna en taquilla- aunque siempre recuerda con "especial cariño" las primeras que hizo, aquellas donde fue "más libre que nunca".

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