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Cultura

Un lenguaje del XX

  • 'En la trampa. Tres ensayos'. Herta Müller. Trad. Isabel García Adánez. Siruela. Madrid, 2015. 98 páginas. 13,95 euros.

Cualquier época ha dado testimonio de aquello que le importa. Quiero decir que cada época ha encontrado el modo de expresar su admiración, su dolor, su sólido o trivial concepto de heroísmo. En Homero, en Cabeza de Vaca, en Restif de la Brêtonne, la cólera y el infortunio dieron noticia tanto de un sentimiento universal como de la peculiaridad de su siglo. La peculiaridad del XX ha sido la de concebir un espanto inexpresable. Inexpresable en el sentido de alumbrar un terror nunca antes imaginado, y en el de perseguir la palabra, con fría tenacidad, bajo las nuevas tiranías de masas. Sobre estos dos lenguajes del silencio tratan los ensayos, proyectados como conferencias, que Herta Müller reúne aquí.

En el poeta Theodor Kramer, dicho silencio se expresa mediante una escueta poesía de la reclusión y el miedo. En Ruth Klünger, superviviente de Auschwitz, es la propia naturaleza de los hechos la que la induce, tal vez, a un testimonio fragmentario y leve. En Inge Müller es una aguda conciencia de la culpa la que dirige su poesía; una poesía sencilla, balbuciente, desolada. La tesis que sustenta estos textos de Müller es que, en los casos citados, la literatura y la vida son indiscernibles. No se trata, sencillamente, de una mutua alimentación, de un juego, de un estrecho paralelismo. La vida en los autores analizados es eso mismo que se dice y se agosta en unos párrafos. Queda, no obstante, el modo en que cada cual ha nombrado ese terror y esa culpa. Y ese modo es el de la elusión, el de una cierta parálisis, el de un furtivo bracear sobre una superficie oscura.

Incluso en una hora tan sangrienta como la Revolución francesa, Chateaubriand encontrará la forma de relatar unos sucesos que le llenaron de espanto. Una forma romántica y convencional donde el yo queda a salvo. El yo que se analiza en los ensayos de Müller se cuartea y desaparece al tiempo que se enuncia. No queda nadie tras las palabras de Ruth Klünger. O en todo caso, es un alguien adelgazado, exánime, implosivo, que no debió parecerse mucho a Ruth Klünger. En esta literatura de la desaparición y el silencio, lo que se difumina es la homogénea humanidad de lo humano. En los versos de Inge Müller, sima párvula y terrible, no sabemos ya quién nos habla.

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