Cultura

Alejo Carpentier: viejo y nuevo mundo

  • Reunidas por primera vez en un volumen las crónicas que publicó el autor cubano tras la ocupación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial.

El ocaso de Europa. Alejo Carpentier. Edición de Eduardo Becerra. Fórcola. Madrid, 2015. 136 páginas. 16,50 euros.

A finales de la década de los treinta, luego de haber residido en París durante casi doce años, Alejo Carpentier regresó a su Cuba natal desde donde siguió la serie de campañas triunfales que convirtieron a los nazis en amos y señores de medio continente, desde la fulgurante invasión de Polonia hasta la estrepitosa caída de Francia. Había publicado una única novela, Ecué-Yamba-Ó (1933), escrito algunos relatos, ejercido como libretista -la música fue siempre su otra gran pasión- o trabajado en la radio, pero su principal ocupación de esos años fue el periodismo, en el que como tantos otros escritores veló sus primeras armas. Meses después del vergonzoso armisticio firmado en junio de 1940, que dividió el país galo en una extensa zona ocupada por los alemanes, incluida la capital, y la llamada "Francia libre" del gobierno títere de Vichy, Carpentier redactó una serie de seis crónicas donde dejaba su personal visión de lo que llamaba en el título El ocaso de Europa, desde una perspectiva que oponía el agotamiento del viejo mundo a la pujanza del nuevo, representado por la joven América.

Publicadas por la revista Carteles de La Habana entre noviembre y diciembre de 1941, las crónicas no figuran en las Obras Completas de Carpentier ni habían sido recogidas en volumen hasta su reciente recuperación (2014) por una editorial cubana, de modo que esta de Fórcola, prologada por Eduardo Becerra, es la segunda edición del libro y la primera que aparece fuera de Cuba. Es cierto que otros trabajos periodísticos del autor corrieron la misma suerte, pero como dice Becerra las razones por las que Carpentier prefirió no volver a estas páginas se explican por su alineamiento posterior con la Revolución del 59, dado que aquí no hay un punto de vista específicamente político sobre los hechos analizados y menos aún simpatías expresas por la ideología comunista. Antes al contrario, el futuro acuñador del concepto de lo "real maravilloso" muestra su admiración por los Estados Unidos, como parte de esa América destinada a tomar el relevo, y no tiene reparos a la hora de elogiar su sistema democrático o su cultura, siempre por oposición al declive del viejo continente. En este sentido, las crónicas de El ocaso de Europa se alejan de las reunidas por Chaves Nogales en La agonía de Francia, lógicamente exentas del punto de vista americano que singulariza las de Carpentier, quien, dicho sea de paso, no puede competir con el sevillano ni en lucidez ni en ardor combativo.

Ello no quiere decir que no sean valiosas, sino que lo son por otros motivos, más relacionados con la historia cultural que con el compromiso político o la historia a secas. Como explica Becerra, los textos medio repudiados por el cubano documentan un tramo de la evolución del pensamiento americanista cuando, tras la reivindicación de los valores autóctonos en clave local o regional -el llamado mundonovismo- que caracterizó las reflexiones de principios del siglo XX, el discurso amplía su marco a escala continental e incluso se propone como alternativa a la "decadencia de Occidente", famosamente abordada por Spengler en un ensayo divulgado por Ortega que tuvo enorme influencia a ambos lados del Atlántico. Antes de que el marxismo revolucionario prendiera en las naciones hermanas, el papel renovador atribuido a América integraba sin conflicto el territorio del ya poderoso Norte, como demuestra la difusión de pensadores estadounidenses como Waldo Frank y la integración de las distintas tradiciones en un mismo ideario panamericano. No es que no existieran entonces los desafueros y contradicciones que poco después enfrentarían a Latinoamérica con el imperialismo yanqui, pero la ruina de Europa o el final de su ciclo permitían albergar esperanzas de una "misión redentora" compartida, sin los lastres que aquejaban a las antiguas potencias: "En su milenario desplazamiento hacia el occidente -escribe Carpentier al comienzo de la serie-, siguiendo la trayectoria del sol, el foco de la cultura universal ha alcanzado nuestras latitudes".

Y de eso, de cultura, tratan sobre todo las crónicas, que atribuyen la débâcle de Francia a una previa crisis espiritual y pronostican -la Alemania de Hitler se encuentra en lo más alto- un futuro incierto para la Europa del nuevo orden germánico. Saltan a la vista las limitaciones de una visión esencialista que, aun condenando sin paliativos la barbarie nazi, yerra al apuntar la debilidad de la cultura europea de entreguerras -que vivió, como sabemos, años de esplendor antes del desastre- o al suscribir esos criterios biológicos que, aplicados a las sociedades, resultan esquemáticos o abiertamente desnortados. Hay algo de ajuste de cuentas, señala Becerra, que revela las heridas debidas al menosprecio experimentado por los "metecos" en París -retratado como una ciudad provinciana, pese a su prestigio- y padecido por el propio Carpentier, que sí acierta al señalar la ceguera de las políticas de apaciguamiento frente a la bestia totalitaria. Nada de lo dicho, en fin, resta interés a unas crónicas que también aciertan al presagiar una edad dorada -él mismo se inscribiría en ella- de la cultura latinoamericana.

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