Cultura

Bob Dylan, el compañero de viaje

  • La Casa de los Poetas analiza en un coloquio la figura del genio norteamericano, un creador "que levantó la bandera de quienes no se sentían cómodos en el 'tetris' de la sociedad"

El músico pionero y adelantado a su tiempo, que en sus transformaciones llegó a toparse incluso con el descrédito de algunos fieles que lo identificaron como Judas. El escritor que en sus letras se mostraba permeable al devenir del mundo, pero que lo hacía con un lirismo extraordinario, más cerca de lo sublime que de lo pedestre, de esa obviedad con la que otros gestionaban el compromiso. La voz destinada a dejar eco en la educación sentimental de su generación y de quienes le sucedían. De los desdoblamientos de Robert Allen Zimmerman, nacido en Duluth, Minnesota, en 1941, que se hizo leyenda bajo el nombre de Bob Dylan, del referente y el compañero de viaje, se habló ayer en el coloquio que abría el otoño en la Casa de los Poetas: El viejo Bob, el maestro Dylan (la palabra cantada).

La influencia del intérprete de las míticas Blowin' in the Wind o Like a Rolling Stone es tal que, para el periodista Jesús Morillo, "el rock contemporáneo es más heredero de Dylan que de Elvis Presley". "En la época de Elvis el rock funcionaba como una cadena de producción, como ocurría en Hollywood. Y Dylan simboliza la figura del songwriter. A partir de él se le pide a los grupos que fueran ellos quienes compusieran su propio repertorio", valora Morillo, para quien el Premio Príncipe de Asturias de las Artes "crea buena parte del lenguaje del rock: hasta entonces, las letras sólo hablaban de chicas y de coches". En otros ámbitos, el norteamericano también marcó el camino, según Morillo: en la creación del arquetipo del trotamundos que ha perdurado en el imaginario del rock, en la configuración que tendrían las bandas a partir de entonces o en esa audacia con la que Dylan quiso dejar atrás su estela de profeta folk y apostó por sonidos más eléctricos. "Se propone ir tres pasos por delante de su audiencia, algo que se tienen que plantear lo que vienen detrás de él, David Bowie es el exponente más claro".

La sensación, como apuntó el gestor cultural Manuel Ferrand, es que "Bob Dylan nos ha acompañado siempre. Mi primera aproximación a él fue en la iglesia, cuando a los curas les dio por ser progres y en misa sonaba, cantada por un coro horrible, una versión de Blowin' in the Wind con una traducción espantosa. Pero a ese músico que ya era eclesiástico antes de convertirse al cristianismo te lo encontrabas luego en una fiesta, y era otro Dylan, el Dylan eléctrico. Le fuimos viendo las caras: ese Dylan onírico, por ejemplo, con esas letras que no sabías de dónde salían, que decían algo nuevo pero en el fondo estabas esperando".

El redactor jefe de Diario de Sevilla Manuel Barea se remite también a otro recuerdo de adolescencia y rememora haber comprado, a mediados de los 70, un disco de Dylan "en una ciudad de provincias, en una tienda de electrodomésticos". La escucha de aquel disco, Desire, que contenía aquella legendaria canción Hurricane, "dedicada a ese boxeador [Rubin Huracán Carter] acusado de un asesinato que no cometió", le despertó la curiosidad por los otros álbumes que había sacado el músico, y, desde entonces, Dylan se convirtió en un compañero de viaje al que seguiría el rastro no siempre desde la adhesión absoluta. "Mi relación con Bob Dylan es como una amistad con todo lo que ello conlleva: hay complicidad, pero también desencuentros. A veces me parece un señor que divaga y que patina, como le puede pasar a cualquier genio. Pero también en esas desavenencias hay algo del típico sarpullido juvenil, de esa sensación de que tienes que matar al padre o al menos dejar de hablarle unos días", opina.

Ante "ese tío sencillo, hosco, que se aleja del star system", como lo define otro de los asistentes a la mesa, Mario González Reina, surge una duda: ¿es un cantante o es un poeta? La calidad de las letras de Dylan es tal que el Nobel de Literatura tiene al músico cada año entre sus candidatos. A González Reina le parece insuficiente, para abarcar al maestro, el término cantautor -"también lo es Perales"- y prefiere la expresión inglesa, songwriter. "Todo lo que puedo cantar es una canción; lo que no puedo cantar es un poema", sentenció Dylan una vez en referencia a esta disyuntiva. Sus textos, atravesados por los grandes temas del ser humano, como "la religión, el amor, la muerte, la justicia", están dotados de una sofisticada belleza, "de una gran ambigüedad y abstracción. Es un poeta a la antigua, no el moderno al que interesa ante todo la comunicación", valora González Reina.

Pedro Álvarez Molina, el más joven de los que intervinieron, tuvo una impresión "espantosa" cuando conoció, siendo poco más que un niño, a Dylan en un videoclip de la MTV. Pero luego, en la adolescencia, claudicaría ante la sensibilidad del genio. "Él levanta la bandera del que no se encuentra cómodo en el tetris de la sociedad. Dylan era la respuesta a mis preguntas, me transformó la vida. Va a sonar cursi, pero desde entonces pocas veces me he sentido solo".

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