Cultura

Ética del realismo

  • Una edición facsimilar de la 'Revista Española' rescata la cabecera que sirvió de plataforma a Ferlosio, Aldecoa, Fernández Santos, Benet y otros jóvenes prosistas de la generación del 50.

Como muchas otras revistas de cualquier tiempo, tuvo una vida efímera y casi secreta, dada su difusión más que modesta, pero fue siempre recordada por sus impulsores y quienes los acompañaban como uno de los episodios centrales de su iniciación a la literatura. Más citados que leídos, pues en su momento pasaron bastante desapercibidos y después desaparecieron de la circulación como si no hubieran existido nunca, los seis únicos números de Revista Española (1953-1954) se habían convertido en piezas codiciadas por los coleccionistas y en particular para los interesados en la generación del medio siglo, que tuvo en Madrid uno de sus epicentros y tomó la publicación, en la que participaron autores hoy ineludibles, como plataforma de lanzamiento. Recuperada en facsímil por Ediciones Ulises, uno de los sellos en los que se desdobla la actividad de Renacimiento, la revista ve de nuevo la luz con un enjundioso prólogo de José Jurado Morales, profesor de la Universidad de Cádiz especializado en literatura española de posguerra que ya abordó su trayectoria en una monografía titulada Las razones éticas del realismo (2012), donde analizaba el importante papel de la cabecera como escaparate de los intereses no sólo estéticos de los escritores del 50.

Financiada en exclusiva por el editor, filólogo y bibliófilo extremeño Antonio Rodríguez Moñino, antiguo militante de Acción Republicana -responsable de la custodia del patrimonio bibliográfico durante la Guerra Civil- que fue objeto de un expediente de depuración tras la contienda e inhabilitado por el régimen franquista para ejercer la enseñanza, la aventura de Revista Española no habría sido posible sin el generoso patrocinio de este verdadero humanista que puso la publicación en manos de un grupo de veinteañeros, encabezados por un comité de redacción que formaban Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio y Alfonso Sastre. En Esperando el porvenir, el hermoso homenaje que Carmen Martín Gaite, compañera de viaje desde la primera hora, rindió al primero de ellos, evoca la salmantina la figura del pobre don Antonio en términos conmovedores: "Usaba gafas, bigotito y sombrero flexible, que siempre se quitaba para saludar a las señoras en la calle. Yo me preguntaba cómo, con aquellas trazas de caballero antiguo, habría podido apostar por aquel racimo de chicos desorientados e indómitos por los que nadie daba ni un duro". Lo hizo, sin embargo, comprometiéndose a fondo con un proyecto en el que también participaron autores tan valiosos -todos ellos primerizos o en los inicios de sus respectivos itinerarios- como Jesús Fernández Santos, Medardo Fraile, Carlos Edmundo de Ory, Josefina Rodríguez o Juan Benet.

"El impacto del neorrealismo italiano -decía la misma Martín Gaite, en otro lugar del homenaje a Aldecoa- fue decisivo", al introducir en nuestro país, estragado de retórica, el gusto por las "historias antiheroicas", protagonizadas por "seres perplejos, indefensos, poco brillantes o dejados de la mano de Dios". Y en efecto su influjo recorre y define la trayectoria de Revista Española, que señala un hito en la recepción de una estética por entonces rompedora y asumida como propia por buena parte de los colaboradores. En sus diferentes secciones dedicadas al relato, el teatro, el ensayo o la crítica -la poesía, bien representada en otras publicaciones, quedaba fuera de su ámbito-, la Revista, como explica Jurado Morales, pretendía ofrecer "una radiografía sociológica de la realidad española" desde la convicción de que era preciso escribir "desde y sobre el presente" para contraponer, aunque fuera de forma implícita, el empalagoso e impostado discurso oficial sobre las bondades del ser nacional con la miserable cotidianidad de una gran mayoría de la población, que subsistía en circunstancias muy duras y cuyos padecimientos, obviamente, no se veían reflejados en la propaganda.

En este "objetivo testimonial", en la "pretensión de verdad y de fidelidad a la vida diaria", se cifra la apuesta ética de una literatura -o del cine contemporáneo de los Bardem, Berlanga y Muñoz Suay- que aspira a agitar las conciencias, huyendo de los parlamentos grandilocuentes y de los personajes idealizados para dar la voz al hombre de la calle. Predominan por ello los protagonistas atribulados o de extracción humilde, los olvidados de Buñuel, "gente -escribe Jurado Morales- relegada a unas desdichas que en multitud de ocasiones guardan relación con la injusticia y la desigualdad sociales y que repercuten en unas condiciones de vida que rayan la indignidad humana". Cita el prologuista la frase de un artículo de Aldecoa, publicado en La Estafeta Literaria un año después del cierre de Revista Española: "Yo escribo de lo que tengo cerca, que es más bien triste". Años más tarde, Martín Gaite, en el homenaje citado, percibía, al releer los relatos de entonces, un "rastro de desazón" que no era ajeno al clima moral de la posguerra -española y europea- ni a la influencia de la corriente existencialista, cómicamente desdeñada por los cronistas castizos pero asimismo seguida, como el neorrealismo literario o cinematográfico, por los autores más jóvenes. Varios de ellos llegarían a ser maestros -o ya lo eran, como Aldecoa, como Ferlosio- y un tramo de ese camino queda recogido en estas páginas inaugurales cuya lección, por otra parte, ha recobrado una vigencia insospechada.

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