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Cultura

¡Qué arte, María, qué arte!

  • La joven cantaora, hija de Fernando Terremoto, puso al público en pie.

Respiró hondo, miró arriba acordándose de "las dos estrellas del cielo que están conmigo hoy" -su padre Fernando Terremoto y su abuelo Terremoto de Jerez- y a partir de ahí lo suyo fue todo verdad, emoción y entrega. La que requiere el flamenco para que levante del asiento y remueva las entrañas de un público edulcorado.

Lejos de correcciones, María Terremoto demostró el jueves en su debut en la Bienal que no lo ha ganado ni por apellido ni por lo llamativo que puedan resultar sus 16 años. Y lo hizo como una bicha, entregándose hasta la extenuación y ofreciendo uno de los mejores recitales de cante que se han visto en la cita sevillana, sin que esta afirmación sea fruto de la indulgencia que pueda suscitar su edad.

María no es que tenga madera de artista, es que sus huesos deben ser de caoba. Su genio, su seguridad y su madurez resultan impropios de alguien que empieza y, quizás, sólo le delaten las ganas de comerse el escenario, la ausencia de miedos y el brillo de unos ojos que tiene infinitos sueños por cumplir.

Por seguiriyas bajó a las cavernas de su desasosiego hasta que los espectadores sintieron la tierra en su garganta. ¡Qué arte, hija, qué arte!, no dejaban de gritarle.

Después, un repertorio largo que trató de llevar a su terreno con desigual resultado porque ni su voz selvática y exuberante cuaja igual por fandangos o por tangos -espléndida- que por malagueñas, más forzadas, ni tiene aún los palos igual de asimilados. Pero ella no quiso medias tintas y se atrevió con todo hasta terminar con un regalo: la canción por bulerías de su padre Luz en los balcones. Una joya susurrada sin micro con la que emocionó hasta a los ángeles de la iglesia y volvió creyente al respetable: "¡Dios mío, cómo canta!".

Ahora le queda una carrera por construir. Una energía que dosificar, mucho que aprender, y un metal que fundir y cuajar. Pero pocos jóvenes eligen el difícil camino del cante ortodoxo y si la Terremoto quiere, la meta es suya.

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