Cultura

Panero en la barraca poética

  • El icono de los 'Novísimos', autor de 'Así se fundó Carnaby Street' y fetiche de los 'malditos' de las letras españolas participa en un singular homenaje a su obra

En Después de tantos años, la continuación de aquel retrato de una familia de exhibicionistas en autocomplaciente descomposición que fue la película El desencanto, Leopoldo María Panero proclamó que ya no creía en la locura. Como muchos otros se encargan en su lugar de mantener encendida esa llama estúpidamente romántica, el poeta se ha convertido últimamente en una especie de freak hiriente y crepuscular que es llevado de acto poético en acto poético, como hace mucho tiempo eran llevados los deformes y las enanas a los circos de la América gótica-sureña.

Dos años después de su participación en el Festival de Spoken Word que acoge el Lope de Vega -en el que Panero fumó, bebió Coca-Cola light, insultó al público y recibió aplausos-, Bruno Galindo, Mariona Aupí y Carlos Ann volvieron a Sevilla, invitados por el Festival Internacional de Perfopoesía, para rendir un nuevo homenaje a uno de los poetas más brillantes y asombrosos de las últimas décadas en España, pero que ha tenido la mala suerte de convertirse en hombre-espectáculo para un coro de jóvenes escritores y devotos lectores que parecen olvidar que su autor no es una extravagante estrella del rock, sino un hombre enfermo con derecho a ser tratado dignamente.

Galindo, Aupí y Ann, a los que se sumó ayer en la carpa del festival en la Alameda de Hércules David González, declamaron, gritaron y medio cantaron algunos poemas de Panero, icono de los Novísimos y responsable de obras como Así se fundó Carnaby Street, Heroína y otros poemas o Poemas del Manicomio de Mondragón. El público, de todos modos, estaba allí para ver a Panero, cuyos versos no necesitan del reclamo de su presencia fantasmal y morbosa para defenderse.

El poeta apareció a un lado del escenario, se sentó en una escalerilla, encendió el primero de una disparatada serie de cigarrillos y abrió su lata de refresco. Tan sólo esto necesitó el poeta para hacer parecer que la voz de Carlos Ann, que recitaba su trabajo, estaba un poco de sobra. Cuando entró en escena y se sentó en una mesa fue el delirio. Habló de lo que siempre habla desde hace muchos años, de cómo en todos los sitios por donde pasa intentan asesinarlo y de que la literatura es una porquería, y en esta ocasión esbozó también comentarios sobre la CIA, Tony Leblanc, el Pato Donald, Camilo José Cela, ETA y la conveniencia de localizar una tienda de 24 horas para poder comprar Winston.

Recitó poca poesía. Ninguna. Alguien del público le pidió que lo hiciera, y el lo intentó, pero al poco tiempo, en mitad del poema, su mente voló a cualquier otro asunto. Por sus risas, un joven que grababa el espectáculo en vídeo parecía disfrutar. El poeta pidió un kleenex: "Se me está cayendo la baba", explicó, y era cierto. Poco después miembros de la organización, aprovechando que Panero había pedido ir a orinar, intentaron poner fin al acto, lo que no lograron, porque el se empeñó en volver al escenario. Mientras orinaba, Galindo creyó necesario recordar que este hombre es poeta, y que acaba de publicar Voces en el desierto.

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