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Cultura

Desde la melancolía de la inocencia

  • El zaragozano Miguel Serrano Larraz presenta en Sevilla 'Órbita', una colección de relatos "sobre la dificultad de crecer" escritos con "asombro" y "humor desesperado"

Durante una cena en casa de Juan Villoro, Paco Robles y Olga Martínez, editores de Candaya, le pidieron un nombre, una pista sobre la nueva promesa mexicana. Pero no. Villoro, maestro en las distancias cortas, les indicó que el autor de los mejores cuentos que había leído últimamente estaba más cerca, en Zaragoza: Miguel Serrano Larraz. ¿Qué vio en él uno de los escritores más brillantes y coherentes de la actualidad?

La narrativa de Serrano Larraz (Zaragoza, 1977), autor de dos poemarios, Me aburro y La sección rítmica, y una novela, Un breve adelanto de las memorias de Manuel Troyano, traductor de un par de libros de música (Nick Drake, Belle & Sebastian), ha sido comparada con la de Bolaño, con quien vivió de nuevo, cuando creía que ya no era posible, la pasión brutal de la lectura, la misma razón por la que le cautivó a los 16 años Cortázar y, algo más tarde, la "inteligencia absoluta" de Borges y las apabullantes alegorías de Kafka.

En estas coordenadas se mueve el Serrano Larraz lector, que por lo demás se desmarca educadamente de la llamada literatura afterpop, o de la generación nocilla, como se le llamaba antes: "No veo series de televisión, sé poco de ordenadores, no uso demasiado internet; soy poco contemporáneo en este sentido. Mi tradición es la de los relatos, y ésa es una tradición clásica", dijo ayer el autor en la presentación en la Fnac de Órbita, una colección de relatos editada con fe y cariño por Candaya. Braulio Ortiz, escritor, redactor de este periódico y ayer presentador de este libro, alabó el "humor sutil, lúcido y desesperado", la manera de "extraer de la realidad su reverso de asombro y de prodigio", los "personajes inolvidables", el "mundo de sugerencias", en definitiva, que componen los nueve cuentos del volumen, a razón, dice su autor, de uno por año.

"Todos los cuentos tienen algo oculto, por debajo o por encima, o a un lado de la historia que se cuenta", dice el el autor de este libro sobre "la dificultad de crecer" y los adioses a muchas cosas, entre ellas la inocencia. "Para mí, hacer literatura -continúa- es buscar la revelación; tratar de hacer algo cotidiano una experiencia universal. Es lo que intento. Lo más difícil es buscar el tono, la respiración del relato". Luego usa sus recuerdos de la Zaragoza de los años 90 y se inventa un personaje "más desquiciado" -un niño superdotado angustiado porque no ha hecho nada en la vida que merezca la pena; un matrimonio al que le cambia la vida cuando sus hijos le regalan un contestador automático; alguien que demuestra la existencia de Dios sumando números de matrículas de coches...- para preguntarse por qué una vida normal carece de gran interés aunque sea extraordinaria.

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