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Cultura

Me quedé con las ganas de ver a Manolo Franco

Creo que me quedaré con las ganas de ver un concierto del Manolo Franco solista. El año pasado, en el ciclo de Cajasol, se trajo a su concierto solista a un par de cantaores y, después de un toque en solitario, se dedicó a acompañar al cante, lo que hace de maravilla. Anoche, en el Teatro Central, en el concierto de cierre de la temporada más desangelada del ciclo Flamenco Viene del Sur, ocupó el lugar del acompañante. A su derecha se puso el Niño de Pura, que, con su toque frenético, velocísimo, de incisivos picados, ocupó la mayor parte del espacio sonoro.

Son dos tocaores muy diferentes, complementarios en muchos sentidos. Franco es un tocaor intimista, de salón romántico. Abrió de hecho un concierto que prometía grandes momentos, con una granaina densa, concentrada, plena de recursos y, sobre todo, en cada uno de los mismos, de emociones. Fue lo mejor de la noche a mi entender. El Niño de Pura hizo otro toque de puro concertismo a continuación, una taranta con una melodía cantable y en la que dio pistas de lo que vendría después: picados velocísimos, falsetas vertiginosas. El toque del Niño de Pura responde a la perfección a esa música flamenca metálica, dura, plena de aristas, casi gimnástica que se puso de moda en los ochenta, y que todavía es mayoritaria en la guitarra flamenca. Manolo Franco seguía al tocaor de Bellavista como segunda guitarra, sufriendo en los trastes por la velocidad que imprimía el Niño de Pura a sus falsetas. Con mayoría de composiciones del propio Pura, como Fantasy, un tema libre, de ritmo ternario, en el que Rafael Campallo dio una lección de baile austero, compitiendo en el final de la pieza, en velocidad, con el tocaor. Pura se trajo de Córdoba la voz de Churumbeque que brilló en fandangos y alegrías.

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