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Cultura

La voz, la piedra y el agua

  • La Orquesta Barroca de Sevilla espera repetir hoy en Puy-en-Vélay, segunda escala de su gira europea, el éxito del sábado en Vezélay · Diez minutos de aplausos sellaron su interpretación de 'Israel en Egipto' de Haendel

La autopista que conduce de París a la Borgoña atraviesa una zona de páramos desnudos que sólo se vivifica al final, cuando los vehículos penetran en la zona de bosques que conducen primero a Avallon, luego a Vézelay. Situada sobre una ondulación del terreno, la villa creció al amparo de una imponente abadía benedictina del siglo XII, infinidad de veces destruida y otras tantas reconstruida, hasta convertirse en nuestros días en centro de atracción turística de primer rango, y ello a 30 años de que el edificio religioso -hoy, basílica- y toda la colina que domina fueran catalogados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.

Los algo menos de 500 residentes censados de la población se reducen a medio centenar en invierno, pero se multiplican en verano, hasta el punto de que la Basílica está preparada para acoger mil espectadores en los conciertos de sus anuales Encuentros Musicales, que en 2009 han alcanzado su décima edición. Y los espectáculos suelen llenarse. Tras cuatro días de intenso trabajo, la Orquesta Barroca de Sevilla (OBS), el Coro Arsys Bourgogne, que mantiene en la ciudad su sede, y un escogido equipo de solistas, dirigidos todos por el luxemburgués Pierre Cao, pudieron comprobarlo el pasado sábado 22 de agosto cuando ofrecieron, con las entradas agotadas desde hacía días, Israel en Egipto de Haendel, acontecimiento que pudo seguirse en directo en toda Francia a través de la emisión de Radio Classique.

Pasear por Vézelay, punto de partida de uno de los caminos franceses a Santiago de Compostela, es como atrasar el reloj varios siglos, pues la ciudad ha conseguido recrear un aspecto medieval que no traicionan ni las numerosas tiendas, salas de exposición, cafés, hoteles y restaurantes que jalonan su vía principal. Un cuerpo de voluntarios colabora de forma activa con el festival, cuya presencia se manifiesta de mil formas en cada rincón de la localidad: hasta la pequeña y encantadora escuela local se convierte estos días en el comedor oficial de los participantes en los Encuentros. Todo culmina por supuesto en las piedras centenarias -y en las no tan antiguas- de la Basílica, testigo y promotor de acontecimientos decisivos para la cultura y la vida de los borgoñeses durante siglos.

Acostumbrados ya a las colaboraciones entre la OBS y el Coro Arsys, las voces parecen resonar entre las amplias bóvedas del templo de forma diferente, acaso más solemnes, aunque para ello haya sido necesario que Pierre Cao conduzca una versión especialmente dramática del oratorio haendeliano, tensa, de tempi reposados, pero nunca alicaídos. En su segunda gira por Francia, la orquesta sevillana, con la violinista romana Olivia Centurioni ocupando por primera vez el puesto de concertino, suena con la prestancia, equilibrio y redondez habituales. El sólido equipo de solistas completa el esperado éxito, que corroboran más de diez minutos de palmas y aclamaciones.

A la salida, unas candelas estratégicamente colocadas en el suelo bañan con una sugerente luz blanquecina los contornos de un edificio que ha crecido también a impulsos del canto. La fiesta continúa luego en la Plaza de los Encuentros, pero no por demasiado tiempo, pues ayer domingo a cantores e instrumentistas les esperaba un viaje de 400 kilómetros al sur, a Puy-en-Vélay, ciudad próxima a La Chaise-Dieu, donde hoy lunes esperan repetir el éxito del sábado.

Entre los responsables de la OBS no es difícil detectar una sensación agridulce. "Justo ahora que empezamos a introducirnos en los circuitos europeos, las cosas vuelven a ponérsenos difíciles en nuestra tierra", confiesa Ventura Rico. "Sólo nos queda resistir y prepararnos acaso para un período de hibernación", añade. "¿Y si os venís aquí y cambiáis la S de Sevilla por la B de Borgoña?", le pregunta alguien con no poca sorna. Rico, endurecido por los años de luchar contra molinos de viento transmutados en gigantes burocráticos, se sonríe y tuerce la cabeza resignado. Quién sabe. A la piedra más dura acaba haciéndole un agujero la gota de agua.

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