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Literatura

Sobre el humor y la amargura

La mujer de otro hombre y su marido debajo de la cama. Fedor Dostoievski. Nevsky Prospects. Madrid, 2010. 189 páginas.

Con toda justicia, se le atribuyen a las obras de Dostoievski un carácter aciago y una solemne vibración, en cuyo fondo encontramos el infortunio humano. La propia biografía de Fedor Dostoievski no es sino ejemplo de la arbitrariedad judicial y las violentas pulsiones que rigen, a veces, el corazón de los hombres. Sea como fuere, la obra de Dostoievski no carece de humor; si bien a veces ignoramos ante qué nos encontramos: si un gesto de humorismo o pozo de amargura. En estos tres relatos aquí incluidos, no hay duda de su intención burlesca. Y ello por cuanto se trata de un humor frenético y absurdo, de un vertiginoso vodevil, más propio de las primeras décadas del XX, que del humor costumbrista que atravesó la escritura del XIX.

Por otra parte, no hace falta acudir a Freud para mostrar la íntima relación entre el humor y el dolor, entre la risa y la tristeza. En estos tres relatos, Cocodrilo, Bobok y aquél que da título al volumen, La mujer de otro hombre y su marido debajo de la cama, lo que se prefigura es la soledad burocrática y el frenesí burgués de Karl Kraus y Kafka. No ya un humor basado en el equívoco, en la ridícula doblez de las relaciones sociales, sino en la imposibilidad de la relación misma, y en el carácter acomodaticio del ser humano ante lo absurdo. En Cocodrilo, un probo funcionario de visita en el zoológico, es engullido por un reptil, y acto seguido, cuando ve que no hay peligro para él, comienza a hablar desde el vientre de la bestia, imaginándose famoso, célebre, aclamado por las naciones, como un nuevo profeta. En Bobok, es un pobre escritor, valga la redundancia, quien escucha las desvergonzadas conversaciones de los muertos cuando, por casualidad, acude al sepelio de un lejano familiar. Y en La mujer de otro hombre y su marido debajo de la cama, son los celos de un marido pusilánime, profusamente cornamentado, quienes dan pie a un trepidante minué de persecuciones tan crueles como ridículas, de las que sale triunfante la bella adúltera. En cualquier caso, Dostoievski no tiene piedad de sus protagonistas. Es, de hecho, la estupidez o la desgracia de estos personajes, y en cualquier caso, su irrisoria desdicha, la fuente última de este humorismo atroz, de una festividad acelerada y umbría.

En la perplejidad de estos rusos del XIX hay algo de la perplejidad de K. en El castillo o El proceso. Un estupor que reside, tal vez, en saberse maleable y ridículo, abrumado por fuerzas que se desconocen y, en consecuencia, por una universal desgana. Sin embargo, dentro de un cocodrilo hay un hombre que sueña con adoctrinar al mundo, de igual modo que bajo una cama extraña, un trémulo esposo aguarda a la mañana para perdonar a la bella infiel y casquivana. El hombre, lo dijo Shakespeare, está hecho del mismo material, de la neblinosa arcilla, con que se forjan los sueños.

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