DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Arte

La intimidad al descubierto o lo privado en lo público

  • Una muestra propone pensar 'lo cotidiano' como la materia auténtica de la realidad

Si lo pensamos con detenimiento, en nuestras vidas la mayor parte del tiempo no sucede nada especial. A todos nos ocurren casi las mismas cosas pero de diferente manera. Lo cotidiano es un lugar común repleto de situaciones repetitivas y rutinas habituales, un hecho anodino que pasa desapercibido por insustancial pero que observado con quiescencia tiene un valor incalculable: su reveladora autenticidad. Como señala el pensador francés Henri Lefebvre: el mundo humano no está definido sólo por lo histórico, lo cultural, o lo social; ni siquiera por supraestructuras políticas o ideológicas. Está definido por un nivel intermedio y mediador: la vida cotidiana. Para conocer los aspectos reales del mundo tal como es, sin artificios ni exageraciones, debemos detenernos en los momentos banales que conforman los ritmos diarios, instantes que por carecer de la suficiente fotogenia habían pasado inadvertidos, pero que van a cobrar especial énfasis en la posmodernidad; un comienzo de época donde se generan cambios estructurales que partiendo de lo sociológico, acaban subjetivando la realidad y repercutiendo en la fragmentación de lo público.

Ya Walter Benjamin anticipaba cómo la fotografía había contribuido de manera decisiva en la decadencia del aura de las imágenes artísticas, una conjetura que alcanza su cénit en la segunda mitad del siglo XX y que pone de manifiesto la exposición Años 70. Fotografía y vida cotidiana. En esa década la experiencia privada emerge a la superficie para protagonizar, con el consentimiento de los retratados o no, momentos íntimos que sólo toman valor por el hecho de haber sido entresacados, como si fuesen cartas elegidas al azar, de una vida anónima. No hay diferencia entonces entre unos momentos y otros, no existe jerarquización ni selección previa; la mirada del autor es la que decide -dejándose llevar por el libre albedrío- para señalar imágenes sin asunto, anecdóticas e incluso vacías que cuestionan por su nimiedad el estatuto de lo artístico. Podían ser éstas, o cualesquiera otras.

Los 23 nombres por los que han optado los comisarios, Sérgio Mah y Paul Wombell, también podían ser éstos o cualesquiera otros. Ninguno sobresale por nada especial, son representativos de esos años igual que tantos, y sus trabajos provienen de países dispares del mundo, desde Japón hasta Mali. Aunque hay pocas afinidades entre ellos y los grupos de fotografías se presentan como capítulos aislados, las series están vinculadas por un componente vivencial; bien sea de carácter autorreferencial (Eugene Richards, García-Alix, Carlos Pazos, Sophie Calle, Cindy Sherman o Víctor Kolár), de índole antropológica (los peinados de J. D. Okay Ojeikere, los contrasentidos del apartheid que puntualiza David Goldblatt), o posean cierto grado de voyeurismo (Kohei Yoshiyuki). Destacan las copias de época de Malick Sidibé sobre sus polvorientos archivadores originales, las silenciosas secuencias de Hans-Peter Feldman y la extraña escenificación de Ana Mendieta, una rara avis documental dentro de su trabajo, que suele utilizar su propio cuerpo o las huellas de él.

En general, el conjunto de obras seleccionadas nos facilita pistas sugerentes para comprender el proceso de descentramiento global que se vivió en los 70, cuando identidades y subculturas minoritarias que antes se hallaban marginadas empiezan a conquistar protagonismo social. Cuestiones de género, raza o tendencia sexual crean sensibilidades nuevas que empiezan a ser tenidas en cuenta. La consolidación del Estado del Bienestar y los medios de comunicación de masas (sobre todo la televisión) ayudan a liberalizar los modos y estilos de vida, que cada vez van a ser más heterogéneos y menos arquetípicos.

Esta exposición en torno a lo cotidiano fue uno de los ejes centrales de la última edición de PhotoEspaña el verano pasado. Aprovechar la oportunidad para traerla hasta Sevilla es una manera magnífica de maximizar recursos y ofrecer al público andaluz una ocasión inmejorable para acercarse a un período de sumo interés, pero embarcarse en un proyecto conocido que ya ha prescrito resulta además de contraproducente, innecesario. Visto desde fuera sin la suficiente información, puede dar la sensación de que el CAAC es un museo subsidiario que carece de personalidad propia y va a rebufo de lo que ocurre en otros lugares más señalados.

Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), Sevilla. Comisarios: Sérgio Mah y Paul Wombell. Hasta el 25 de abril.

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