Cultura

Un arte rival de la naturaleza

Lo cuentan de Jackson Pollock y la frase se ha convertido ya en leyenda. A la vista de sus grandes cuadros abstractos, un pintor amigo, Hans Hoffman, le sugirió que debía atender más a la naturaleza. Pollock zanjó la cuestión con tres palabras: "Yo soy naturaleza". El dictum hace pensar en algo que escribió Leonardo da Vinci mucho antes: el pintor es intérprete de la naturaleza; no la copia sino que la hace hablar, de modo que su cuadro despierte en el espectador la misma pasión que produce el paisaje. Distanciados por el tiempo, la cultura y la mentalidad, en ambos casos parece vibrar la misma idea: la materia pictórica y la mano del pintor llegan a tocar la sensibilidad y la fantasía humanas con análoga intensidad con que lo hace la profusión de materia y vitalidad de la naturaleza.

En eso hace pensar la pintura de María Ortega Estepa (Córdoba, 1983). Son paisajes con figuras muy acumuladas en la superficie del cuadro, en los que a las formas vegetales de corte naturalista se unen otras estrictamente pictóricas, es decir, que no pretenden imitación alguna, y juntas, construyen la imagen de una naturaleza abundante y sensual. Los cuadros se convierten así en artificios que más que imitar a la naturaleza, la emulan y compiten con ella.

Buena parte de tal logro se relaciona con la diversidad de técnicas que se fusionan en los cuadros de María Ortega. El óleo, a veces denso y otras muy líquido, convive con la sequedad del acrílico, el brillo del esmalte, la relativa opacidad de la témpera, sin que falte el toque de grafito o el collage. Esta diversidad de materiales permiten a la autora elaborar cuadros con una gran variedad de valores táctiles que se traducen en una riqueza muy especial de matices. María Ortega da en ocasiones un paso más, al incluir en sus lienzos fragmentos de lenguaje puramente ornamental. A veces estas citas parecen tomadas de recursos simbolistas y en otras ocasiones recuerdan a diseños textiles o gráficos. En general proporcionan un reposo al vivo ritmo de las formas y la posibilidad de un breve fondo con densidad pictórica.

La capacidad para trabajar con diversos materiales y la sensibilidad para el arte del fragmento se unen en piezas que abandonan la superficie y el rectángulo del cuadro. Algunas pueden tener el aspecto de un triángulo de lados ondulados que aparece de repente en el muro y otras resultan de agrupar pequeños elementos paisajísticos con hojas o ramas secas en las que quízá la pintura deje una breve huella. Posiblemente estos fragmentos se relacionen con el fácil trazo de la autora, que el espectador puede valorar en una concisa litografía expuesta. Un trazo que está presente en la sólida construcción de los cuadros aunque se mantenga oculto bajo la densidad de la pintura.

En una de las series de pequeños fragmentos a las que me acabo de referir, tanto la pintura como los elementos naturales están agrupados en los laterales del cuadro dejando ver el fondo blanco del marco. Este juego de profundidad se corresponde con algunas obras estrictamente pictóricas en las que las formas acumuladas en la parte inferior y los laterales del lienzo se van aligerando poco a poco hasta organizar una suerte de orla en torno a un vacío situado en la mitad superior del cuadro. El resultado no es tanto un efecto de luz, más o menos naturalista, sino una diversidad de espacios, que en ocasiones recuerda a los rompimientos de gloria barrocos.

Hay así en la obra de María Ortega Estepa un abundante arsenal de recursos de la tradición pictórica, administrados con enviadiable libertad y puestos al servicio de una poética muy precisa. Creo que el núcleo de esa poética está en lo que algunos autores han llamado mímesis. El coro griego, como se sabe, no se limitaba a recitar: cantaba, marcaba con su cuerpo el ritmo del poema, bailaba, buscando así transmitir una emoción básica al espectador. Un elemento esencial en ese esfuerzo correspondía al corifeo, cabeza o director del coro, que a través de su cuerpo (el ritmo, la voz) lograba insuflar en las formas poéticas una pasión, un impulso natural que transmitía al espectador. Esa era la fuerza mimética del corifeo, convertdo así en transmisor y rival de las fuerzas naturales. Análoga fuerza hay en las obras de María Ortega: es el vigor que poseen cirtos parajes naturales, densas formas y bellos cuerpos ante los que no nos atrevemos a decir una palabra. Están ahí recordándonos que somos felizmente materia. El arte a veces logra rivalizar con ellos.

María Ortega Estepa. Murnau Gallery (Plaza de San Leandro, 10), Sevilla. Hasta el próximo día 15.

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