PASA LA VIDA

Gana terreno el buen ejercicio de convivencia entre peatones y ciclistas

LOS sevillanos proclives a magnificar cualquier incidente para convertir la anécdota en categoría han encontrado un filón en la reciente coexistencia por las aceras de peatones y ciclistas separados sólo por las marcas del carril bici. Convivir en la estrechez del uso compartido pone a prueba los nervios y los hábitos. Sobre todo cuando la falta de educación conduce a olvidarse del prójimo. Les animo a ejercer durante unos minutos como agentes de la estadística, suma que te suma, para observar si mejora este nuevo statu quo del civismo llamado urbanidad. A lo largo de tres años, muchos ciudadanos lo han interiorizado, por vocación o a la fuerza, cuando salen a la calle.

Cruces conflictivos hay muchos donde apostarse un rato para escrutar el comportamiento de cada cual. Yo lo he hecho en uno de los más concurridos: en la ronda histórica que responde al nombre de María Auxiliadora, justo en su tramo a la altura del comienzo de José Laguillo. Tanto en la acera del centro de especialidades sanitarias como en la de enfrente. Un lugar al que, para este test, no le falta un perejil: centro de salud; oficina de la Seguridad Social; parada de media docena de autobuses al lado de bares y de tiendas, con bajada en la que medir los pasos para no meterse en el carril bici; zona de paso para mucha gente que ha optado por desplazarse en bici a su lugar de trabajo o estudio; Jardines del Valle, en el que entran y salen vecinos con sus niños o sus perros; repartidores de periódicos gratuitos que buscan un lugar con tanto tránsito y tanta persona apelotonada junto al semáforo donde suelen parar y cargar muchos taxis...

Tamaña densidad favorece estorbarse a poco que no se esté concentrado. Mi frecuente visión de ese ajetreo me lleva a afirmar que es muy elevado el porcentaje de personas que se comportan correctamente y que asumen, quietos o en movimiento, qué deben hacer y qué no deben hacer. Cada vez se gira más el cuello para mirar a izquierda o derecha, y no percibo un aumento de tortícolis. Cada vez se ralentiza más el pedaleo, se frena más para dejar pasar, y se continúa al ralentí hasta que treinta metros más adelante ya se despeja más el panorama. Y no detecto frustración por no convertir el carril bici en un velódromo.

Siempre habrá algún imbécil que provoque un roce, esté de pie o sobre ruedas. Pero no me cabe duda de que se está construyendo un valioso intangible: compartir en armonía el espacio público. Y ese cambio es una magnífica noticia que pasa desapercibida.

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