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la ciudad y los días

Carlos Colón

¿Un futuro de hámsters?

ESCRIBÍA ayer que respeto profundamente la desesperación, el cansancio, el miedo, el cabreo y el hartazgo de la mayoría de quienes se manifestaron el sábado; y que las compartía. Me angustia tanto como a ellos la quiebra del Estado de bienestar y me preocupa tanto como a ellos el futuro de nuestros hijos; y no únicamente en lo que se refiere a las condiciones materiales de vida, que siempre es lo primero y más urgente que se ha de solucionar, sino también a las educativas, culturales, éticas o medioambientales. He escrito aquí muchas veces que el programa de trabajar como burros para consumir como bestias conduce necesariamente al embrutecimiento, el nihilismo y la desesperación. Ni sus hijos ni los míos son hámsters que hayan de vivir corriendo para no ir a ningún sitio, presos de la rueda de producción y consumo, con un ordenador en su jaula para que se entretengan, tan condenados a la botellona (o a cosas peores) que libremente creen elegir como lo estaban los obreros del XIX al alcoholismo.

Dicho lo cual he de añadir que ese respeto no se extiende a los antisistema que se escudan e infiltran muchas veces en estas protestas o hasta las mueven. Los sucesos de Roma -extremadamente graves y contra los que reaccionaron los propios manifestantes pacíficos- no se reprodujeron, afortunadamente, en otras ciudades. Pero tampoco son una excepción o una anécdota. La violencia extrema, con o sin pretexto supuestamente ideológico, forma parte del paisaje occidental. Un triunfo futbolístico, la protesta de los indignados, una reunión de jefes de Estado, la concentración de turistas de la borrachera o la disolución de una botellona pueden dar lugar a episodios de violencia extrema o de guerrilla urbana. Urge expulsar a los violentos y totalitarios bloques negros de las manifestaciones de cualquier signo.

Subyace bajo el movimiento de los indignados -afortunadamente de forma minoritaria- una ideología extrema y antidemocrática, que niega la representatividad a los políticos electos y a los parlamentos. "¡No nos representáis!", se ha gritado muchas veces en las manifestaciones.

"Los parlamentos deben ser sustituidos por asambleas", oí decir a un indignado en un programa de difusión nacional. Cuidado. La democracia es perfectible, pero no sustituible; su alternativa es la dictadura (que tantas veces invoca la democracia popular o real). La socialdemocracia, equilibrando eficacia y equidad, representa la mayor garantía de universalización de los derechos y del bienestar; pero descansa, necesariamente, sobre la prosperidad material. Conviene no olvidar esta secuencia.

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