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La crónica económica

Gumersindo Ruiz

La antorcha olímpica

LOS Juegos Olímpicos son este año un referente del poder de China, su capacidad de influencia en los asuntos mundiales, y también de los problemas que ocasiona. Con un crecimiento del PIB de alrededor del 10% desde hace 20 años, el país se ve como competidor y una amenaza sobre las materias primas y el medio ambiente, pero asimismo como una oportunidad de inversión, y se espera que tome el relevo en los momentos actuales de recesión, estimulando su consumo interno y contribuyendo al crecimiento de la economía internacional. El tipo de cambio devaluado se considera una amenaza desequilibrante de las balanzas de pagos de los países a los que exporta, pero también se ha convertido en un gran inversor en empresas multinacionales, inyectando capital a bancos y sociedades norteamericanas y europeas. Su influencia en África lo convierte en responsable de la solución de conflictos como el de Dafur, y es intermediario en otros como Corea del Norte o Birmania. Son las grandezas y servidumbres que acompañan a lo que se ha convertido ya en una gran potencia.

Sin embargo, ha sido una cuestión interna, el Tibet, lo que ha desencadenado el conflicto en torno a los Juegos. Hace 49 años se produjo la primera gran manifestación contra la ocupación de China, y desde entonces los esfuerzos por aliviar tensiones han sido inútiles. Si China ha crecido a una tasa del 10%, el Tibet lo ha hecho entre el 12 y el 14%, lo que ha venido acompañado por fuertes inversiones, de las que es una muestra el ferrocarril que en 2006 llegó a la capital Lhasa, en una de las obras de ingenierías más difíciles que se han planteado. Pero la población, de 2,8 millones de habitantes, ha ido disminuyendo relativamente respecto a los inmigrantes chinos, que han colonizado la región, y los tibetanos consideran que el crecimiento no beneficia a los locales, que no acaban de integrarse ni económicamente ni en la nueva cultura social y política. Como ejemplo, las rentas medias de las áreas urbanas son cinco veces más que en las rurales, frente al mismo dato nacional que aunque muestra una fuerte desigualdad, es sólo tres veces superior.

Quizás China, confiando en que el crecimiento de la economía y la inversión pública serían suficientes, no ha tomado en consideración la fuerza de la espiritualidad budista y el eco que es capaz de despertar en el resto del mundo. También es cierto que la invasión china puso fin al último de los regímenes feudales del mundo, donde las condiciones de la población, bajo un gobierno monacal, no eran buenas. De todas formas, los años que siguieron fueron terribles para los disidentes y la cultura y religiosidad popular; los exilios forzados o voluntarios y los desplazamientos de población contribuyeron a mantener el espíritu de independencia.

Aunque hay un sentimiento generalizado de que los Juegos deben desarrollarse respondiendo a los principios de convivencia internacional para los que se crearon, no cabe duda que cualquier acontecimiento de este tipo sirve para plantear cuestiones que, ya sean de democracia o de medio ambiente, preocupan al mundo. Y, sobre todo, si están implicados países en cuyas manos se entiende están las claves del futuro.

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