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Juan Luis / Pavón

Tila para los profesores en clase con 40 niños de los de ahora

EL tijeretazo más perjudicial para el futuro de nuestra sociedad, de todos los que están en marcha, es el amontonamiento de escolares en menos aulas. Hay quienes evalúan que la ratio subirá de 25 a 40 alumnos por clase. Además del tremendo varapalo para miles de profesores (sobre todo los interinos) que van a perder su empleo, se le quiere endulzar el trágala a los españoles con memoria histórica de su mocedad en la EGB, cuando llegábamos a ser 50 por aula (54 éramos en Octavo en mi colegio), diciendo que hace 35 años nos apañábamos así la mar de bien para dar un salto de calidad en nuestro nivel y rendimiento educativo. El argumento capcioso elude la prueba del algodón: comparemos cómo era el ambiente de un niño y de un adolescente dentro y fuera de los colegios, en aquella España donde aún se jugaba en las calles, con la hiperestimulación de los chicos y chicas actuales, criados para ser los reyes del mambo, a los que se premia tanto desde el sistema educativo como desde las familias por sus carencias de conocimiento, sus dificultades de comprensión y sus malos modos. Muchos padres ni se ocupan ni se preocupan de ellos lo necesario para que aprovechen de verdad los años de escolarización.

Mantener en silencio a los alumnos, a duras penas, es la principal y desesperante actividad educativa de los profesores durante minutos, y minutos, y más minutos. Si eso es así en aulas con 25 ó 30 alumnos, y existe consenso en que la cultura del esfuerzo está arrumbada, imaginen lo que se va a aprender cuando estén apretujados 40 alumnos de los de hoy.

Tila a manojos, tranquilizantes, antidepresivos... Los docentes de Primaria, Secundaria y Bachillerato harán acopio de remedios y fármacos para proteger su sistema nervioso si les confirman que el próximo curso se produce este mogollón. Hemos dicho en numerosas ocasiones que la deficiente formación del profesorado es una de las principales causas de la mala preparación de los escolares. Para mitigar los efectos adversos de lo que se avecina, haría falta un imposible que no puede imponerse por decreto: que el Gobierno ordenara el estado de excepción en las familias para requistar toda la parafernalia consumista y mediática, y que centraran a los hijos en su obligación de aprender, a sabiendas del competitivo mundo que les aguarda.

Los colegios privados ya se frotan las manos porque aumentará el número de padres dispuestos a probar fortuna con ellos, por miedo a la degradación de la educación pública. Y les prometerán una enseñanza más personalizada. Y con profesores que, mejores o peores, necesitarán menos la tila.

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