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El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia@grupojoly.com

Esta política de hechos consumados

El copago y el aumento de las tasas universitarias son las últimas entregas del repentino proceder del Gobierno

TRAS una visita al diccionario de la Real Academia Española, cabe concluir que el Gobierno de Rajoy es diligente. Se define la diligencia como "prontitud, agilidad, prisa". En algunos casos, ya demasiados en poco tiempo de mandato, cabe más aplicarle la acepción "prisa" que la de "prontitud", como sucede con los bocados a la sanidad y la educación que esta semana han tenido lugar. Porque en los Presupuestos presentados el 3 de abril no estaban previstos ni el copago sanitario ni el aumento de las tasas universitarias, por ejemplo; y no digamos en las declaraciones oficiales, tanto en las consabidas pólvoras del rey -sin segundas…- electorales como en las declaraciones ya desde Moncloa y sus ministerios. El Gobierno reacciona de manera errática y desconcertada ante las exigencias y las bofetadas de los inversores y el continuo lavado de manos de nuestros socios comunitarios. O sea, que la diligencia de Rajoy es impostada, o como mínimo precipitada y a instancia de parte. Pero la emergencia no justifica cualquier forma de proceder. De hecho, el efecto de los recortes imprevistos -justificados como torniquete para la sangría de la prima de riesgo- no han servido prácticamente de nada de momento. Todavía menos de recibo sería que, con la excusa de los misiles tierra-tierra que impactan en nuestra liquidez y nuestra solvencia como Estado, el Gobierno aprovechara la tesitura para hacer aquello en lo que cree -hablamos de ideología y de concepción de lo público-, pero sin haberlo confesado previamente. Y digo confesado porque parece que actuara sibilinamente, como diciendo: "Esta es la nuestra. Vamos a lo que vamos, que los astros se nos alinean y no nos veremos en otra". (Sibilino: "Misterioso, oscuro con apariencia de importante".)

Si se le atribuía al último Zapatero la dudosa cualidad de hacer justo lo contrario de lo que acababa de asegurar que nunca haría, el presidente Rajoy está haciendo bueno y hasta coherente a su predecesor en el cargo. Subida de impuestos y copago son ejemplos, pero hay otros, paridos en entregas extraordinarias casi semanalmente. Esto, además de ser preocupante en cuanto a nuestra imagen exterior -"diga usted lo que quiera, y haga lo que yo quiero"- es dañino para la credibilidad que debe tener el Ejecutivo entre los ciudadanos a los que gobierna. Cualquier padre o madre responsable sabe que lo que no funciona de ninguna manera es la contradicción: entre tus palabras y tus obras, entre tus compromisos y tus comportamientos. Ya no hay lugar para echar la culpa -toda la culpa- a quienes te dejaron la herencia de la gestión pública (por cierto, otra de las promesas electorales: "Nunca me quejaré de la herencia socialista"). El Partido Popular asumió un país que se endeudó familiar y empresarialmente sin verdadera necesidad durante más de una década y hasta las cejas; un país poliédrico y descoordinado, con una creciente deriva deficitaria pública que alimenta la deuda estatal y autonómica, más unas desatadas destrucción de empleo y caída de la recaudación fiscal. Pero tal panorama, todo menos bonito, no justifica hacer de la improvisación y la falta de previsión en tocar -adelgazar- asuntos básicos una forma de hacer política. La política de hechos consumados: "Esto es lo que hay: se me olvidó avisártelo". Vale para la guerra, supongo, pero no puede valer como norma de acción en política económica (la única política hoy día, lamentablemente). Uno puede estar de acuerdo o no con la forma de atacar la crisis crónica -una expresión nueva generada por contradicción, un oxímoron que se llama-, pero el deterioro de la imagen de la clase política entre los ciudadanos atemorizados y frustrados es uno de los fantasmas más peligrosos para la democracia. No se puede driblar a los periodistas pretendiendo ser invisible sin serlo -demasiado gallego-, ni tomar medidas-bomba de un día para otro. Eso siempre pasa factura, y no sólo a quienes gobiernan.

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