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José Luis Sanz

Griñán y la política de serie B

SE abre el telón. Aparece el presidente de la Junta de Andalucía. Anuncia un número indeterminado de recursos jurídicos contra las decisiones del Ejecutivo nacional. Recita la letanía de la discriminación, los ataques frontales a la comunidad autónoma. Se cierra el telón. La película es de sobra conocida para todos los andaluces. La puesta en escena que ha querido protagonizar Griñán en los últimos días desde su entrevista con Rajoy, pasando por el número de la consejera ofendida, hasta desembocar en el anuncio de los recursos contra los acuerdos del Consejo de Política Fiscal y Financiera, sigue el mismo guión que años atrás protagonizó Manuel Chaves durante la etapa de gobierno del PP, entre los años 1996 y 2004. Una pieza en tres actos: diálogo, espantá, recursos; tal y como ha hecho ahora Griñán. Entonces, con Chaves, esa interminable saga de capítulos de confrontación llegó a su epílogo en septiembre de 2004 cuando, ya con Zapatero en la Moncloa, retiró sus recursos porque estos eran consecuencia "más que de motivaciones jurídicas, de motivaciones políticas como consecuencia del estado de las relaciones" (sic).

Resulta increíble pensar que, en mitad de la vorágine de la peor crisis que ha vivido Andalucía desde la llegada de la democracia, Griñán haya sido capaz de intentar cubrirse las espaldas echando mano del teatro de títeres en el que ha convertido a su gobierno para escenificar el esperpento de la confrontación. Lo peor es que el presidente de la Junta trabaja su estrategia desde el sillón de San Telmo con ínfulas de Demiurgo, cuando no llega ni a director de película de serie B. El argumento no se sostiene y está lleno de lagunas y falsedades. Que una consejera de Hacienda juegue con las cifras del déficit como si se tratara de un sudoku en el que éstas deben encajar en los futuros planes de recorte del Gobierno andaluz es de una irresponsabilidad suprema, pero que un presidente de la Junta mienta deliberadamente a los andaluces mezclando cifras macroeconómicas sin ton ni son es para sustituir al protagonista.

Griñán miente cuando declara que el Gobierno de España recorta la deuda de Andalucía en 2013. Es así de claro. Y no solo falta a la verdad sino que además sazona sus mentiras con el lenguaje belicista y el recurso facilón del miedo y el alarmismo, amenazando con cerrar hospitales y colegios y con despedir a empleados públicos en Andalucía.

El Banco de España calcula que la deuda de Andalucía en 2012 será de 17.340 millones de euros, el 12,07% del PIB regional. En 2013 el Gobierno permite la ampliación de la deuda hasta 19.249 millones, el 13,2% del PIB. Así que el techo máximo de endeudamiento de Andalucía en 2013 no sólo no disminuye sino que aumenta en 1.909 millones de euros. De hecho, todas las comunidades pueden ampliar su techo de deuda en un porcentaje muy parecido, por lo que el berrinche de la discriminación a Andalucía es absolutamente falso. Griñán debería de saberlo. A no ser, claro está, que al presidente de la Junta le haya dado por Goebbels a estas alturas de la película y haya hecho suya la famosa y peligrosa máxima de "una mentira repetida mil veces se convierte en realidad".

Afortunadamente los andaluces saben que Griñán tiene capacidad para decidir y que salvo el cumplimiento de las leyes nacionales, el resto corre de su cuenta, gracias a la autonomía. Por eso, amenazar con recortes que ya tiene programados por no renunciar a la macroadministración, vistiéndolos con el ropaje del cumplimiento de la Ley de Estabilidad, nos suena a excusa. De la mala.

Detrás del semblante circunspecto de Griñán en las últimas horas se adivina el pánico de quien se ve sitiado por las consecuencias de su propia ineficacia. El presidente de la Junta ha debido tomar conciencia de su incapacidad para gestionar sus competencias, tomar decisiones, sacar a Andalucía de la crisis y renunciar, él y su cohorte de allegados al PSOE, a los privilegios de un poder mal administrado y dilatado durante 30 años en Andalucía. Por ello, en vez de hacer frente a la situación juega ahora más que nunca a disputarle el papel de portavoz de la oposición a Rubalcaba y a dejar de ser un secundario en la política nacional. Para cambiar de personaje y eximirse de cualquier responsabilidad. El problema es que su rol de barón superviviente de la debacle socialista y víctima del resto de España ya no es creíble, porque es una mala imitación de su antecesor. Así, sigue el guión caduco que dejó escrito Chaves, al que sólo es capaz de copiar todo lo malo, porque lo bueno, que fue ganar elecciones andaluzas, se le resiste.

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