PRIMER choque de trenes del curso y la incógnita estriba en si estamos en un tiempo llamado de posguardiolismo o si con Tito Vilanova se fía todo a la continuidad. Por lo pronto, Mourinho ya se había puesto el parche en un posible grano quitándole importancia a la Supercopa y los ingeniosos bautizaban el pulso de técnicos como el del Único contra el Heredero. Pero a la hora de las cuentas resulta que todo queda para verse el miércoles en Madrid, pues, a través de un gran segundo tiempo, al equipo de Mourinho le bastará con ganar uno a cero para que esa Supercopa que él devaluaba adquiera un valor inconmensurable.

Asoma el ecuador del pleito con la sensación indudable de que el Barça es superior y si no va por delante en el marcador es por una de esas rarezas que encierra este hermoso juego llamado fútbol. El balón y las ocasiones de gol visten de azulgrana, el Madrid le ha dado todo el campo y así pasa que cuando recupera el balón lo hace tan lejos que Víctor Valdés sólo es visible mediante unos buenos prismáticos. En este primer periodo se repite la película de los primeros clásicos de Mourinho en el que se mueve el Madrid bajo parámetros de un acomplejamiento inadmisible, pues no de otra manera se concibe que sólo Benzema se ubique por delante del balón.

Desde el inicio del segundo tiempo se ve todo más igualado y será el Madrid quien se adelante mediante un cabezazo de Cristiano en su primer remate a puerta. Empata Pedro un minuto después, se acabaron los encorsetamientos tácticos, todo se enloquece y aparece el gran Barça de siempre. El balón circula a ritmo vertiginoso, Messi y Xavi desnivelan la balanza y tras un paradón de Iker, en la contra se equivoca Valdés y Di María deja las cosas para que el miércoles se dicte sentencia a orillas de la Castellana. Y la incógnita de vísperas se aclaraba y ya no hay dudas de que este Barça se parece al de Guardiola como una gota de agua se parece a otra.