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Hobsbawm, in memóriam

CUALQUIER intelectual que se haya interesado por la historia se ha cruzado en numerosas ocasiones con la obra de Eric Hobsbawm. Realizo incursiones investigadoras en numerosos campos, pero fue su trilogía sobre el nacimiento y desarrollo del capitalismo y la revolución industrial en Inglaterra la que le granjeó el reconocimiento como gran historiador. Éste se extendió, más tarde, al de un intelectual con voz propia sobre todos los acontecimientos relevantes en el mundo, desde la caída del Muro de Berlín a los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York.

En esa misma ciudad, en un homenaje a su amigo fallecido Tony Judd, celebrado en la New York University, uno de los asistentes le preguntó por qué no había renegado del proyecto social subyacente en su obra y en la de otros muchos historiadores de su generación, después de las invasiones de Hungría, Checoslovaquia y de la caída del Muro de Berlín. Contestó que no había querido romper con las ideas en las que había creído durante toda su vida, y que pensaba todavía que había sido una gran causa: la emancipación de la humanidad. Quizás lo hicimos de forma errónea, cabalgando en el caballo equivocado, pero había que estar en esa carrera o, en otro caso, la vida humana no merecería la pena vivirla. Esa contradicción era patente en un hombre de formas extraordinariamente suaves, amables y hasta encantadoras, que cautivaban al auditorio. Lo es por el conocimiento que fuimos teniendo del fracaso y de los horrores del mayor experimento de ingeniería social que la humanidad ha intentado.

Lo es también para un gran intelectual al que nada relevante de su tiempo se le escapó -en los siete idiomas en los que leía-, particularmente por el conocimiento de la obra de Leszek Kolawoski, que nos mostró que frente a aquellos que han mantenido que los sistemas socialistas puestos en practica en la Europa del Este y en otras geografías se habían separado de lo que Marx y sus seguidores habían defendido, en la obra de Marx y sus seguidores se encuentra intrínsecamente la idea de que las sociedades tienen que ser gobernadas por una élite de intelectuales que, de manera coactiva y violenta, impongan sus ideas al resto de la sociedad.

Pero la deriva del proyecto social en el que había creído -como a otros historiadores de la talla de Pierre Vilar también le sucedió-, no le impidió llevar a cabo una extraordinaria labor investigadora que por su originalidad e importancia marcó un antes y un después en los trabajos de cientos de historiadores en todo el mundo.

Las complejas relaciones entre el análisis del pasado y los diferentes proyectos sociales que las personas podamos defender demuestran la ausencia de relaciones lineales entre unos y otros. En el caso de Hobsbawm, su falta de dogmatismo en la utilización de las herramientas del análisis histórico marxista no le impidió continuar defendiendo ideas y, sobre todo, sistemas, que funcionaban de manera contraria a la que los redentores habían prometido y a la que el propio análisis histórico preveía como inevitable.

Esta bipolaridad no impide que cientos de historiadores españoles tengan que agradecerle, desde los 70 del pasado siglo, el gran salto analítico que la historia experimentó gracias a su gran obra.

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