TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

La ciudad y los días

carlos / colón

Cuando el cautivo volvía a su casa

ME cuentan que cuando en el estudio de Fernando Aguado prepararon al Cautivo para llevarlo de regreso a su casa del Tiro se produjo un hecho singular. Había una atmósfera alegre, de habitación de enfermo el día en que le dan el alta. Se guardaban las potencias del Señor en su estuche como se hace la maleta cuando se abandona una habitación de hospital.

Estaba el Cautivo vestido con una túnica morada lisa ante un telón negro que dibujaba con precisión su figura, resaltando esa rara combinación de fuerza y abatimiento, desafío y mansedumbre, que teje su misterio. Le quitaron las potencias. Le pusieron su capote, cerrándolo hasta el cuello. Le cubrieron la cabeza con la capucha y la ajustaron hasta dejar a la vista sólo la cara. Entonces fue cuando se produjo. La cara parecía flotar en el vacío porque el capote y la capucha, fundiéndose con el telón negro, borraban todo lo demás. Era una aparición. Un rostro de compasión flotando en el vacío. Poco a poco ese rostro fue llenando todo el estudio, agrandándose como si caminara hasta quedarse cara a cara frente a cada uno de los presentes. Casi podía sentirse su respiración y el roce de su aliento. Miraba con sus ojos enrojecidos a los ojos progresivamente enrojecidos de los presentes. Se interrumpieron de forma espontánea los preparativos de su traslado. Se impuso un silencio. Se oía algún sollozo.

Cuentan quienes lo vivieron que nunca lo habían visto tan como es, tan como lo ven sus devotos más antiguos, tan como lo sienten las mujeres y los hombres que le siguen el Lunes Santo recordándole a Sevilla la seriedad y reciedumbre de la devoción que hace la grandeza de nuestra Semana Santa. Así lo deben ver quienes, en el momento de su muerte, sienten que el Cautivo viene hacia ellos para recibirlos con un abrazo.

Y en torno a él renació su misterio con más fuerza incluso que el Lunes Santo, cuando se alza con tan desafiante mansedumbre sobre su paso. Porque el del Cautivo es un paso de misterio sobre el que el Señor va rodeado de figuras no esculpidas pero dolorosamente presentes: las de los discípulos que lo abandonaron cuando aún no se le había secado sobre el rostro la sangre de su agonía en Getsemaní. En aquel estudio, sólo visible su rostro, el Cautivo era el padre que aguarda interminablemente a sus hijos pródigos, el Señor de los abandonos que desde su total soledad tanto y tan fielmente acompaña.

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