Emelina Fernández Soriano

Si cambiamos el paso, la televisión nos seguirá

EN el tiempo que pertenecí a la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa tuve que asistir muchas veces a reuniones, comisiones, plenos del Parlamento… Independientemente de otras cuestiones de sumo interés que allí se debatían, me resultó especialmente sugerente comprobar cómo difieren los horarios usos y costumbres que marcan las actividades de nuestra vida cotidiana en España con el resto de Europa: el trabajo, las comidas, el ocio cultural, el descanso... En más de una ocasión, cuando volvía al hotel sobre las diez de la noche después de una cena, pensaba: ahora están quedando para cenar en España o a sentarse alrededor de una mesa.

Estas reflexiones vuelven con motivo del debate reabierto por la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, que ha reclamado a las televisiones que adelanten el prime time, de manera que los programas estrella no acaben más tarde de las once. El objetivo sería lograr que nuestra sociedad fuera adquiriendo lo antes posible la costumbre de adelantar las horas a las que cena y se va a dormir, de forma que contemos con más -y mejores- horas de descanso y podamos desempeñar nuestra actividad laboral y vida privada de un modo óptimo, más eficiente y saludable.

Para que ese adelanto del prime time surtiera los efectos deseados, sería necesario acometer previamente otros cambios. El primero, modificar los horarios que el mercado laboral establece para el español medio, lo que permitiría terminar con la larga pausa del almuerzo (no es casual que en España se registre un pico de audiencia a partir de las 14.30) y, como consecuencia, adelantar la hora de salida del trabajo. Además de las modificaciones que, como ésta, entrañan más o menos dificultad a la hora de ser implantadas, existen circunstancias prácticamente ineludibles y que influyen notablemente en la modulación y ordenación de nuestros quehaceres. En nuestro país, por ejemplo, disfrutamos de muchas horas de luz natural buena parte del año, de manera que tenemos largos periodos de tiempo en los que todavía es de día pasadas las 21 horas, algo que condiciona nuestros hábitos.

Sean por esto o por otros motivos, lo cierto es que en España almorzamos y cenamos tarde. Los programadores de TV lo saben y lo tienen en cuenta. Así, el prime time de muchas de nuestras cadenas se ha ido desplazando hasta situarse sobre las 22.30. El corrimiento ha generado una franja previa, el access prime time, que sirve de enlace, de entrada al horario de máxima audiencia, función que cumplen -o han cumplido- El Informal, El hormiguero, El Intermedio, Camera Café… Los programadores no sólo se adaptaron al hecho de que la cena sea posterior a los países de nuestro entorno, sino que han exprimido la circunstancia con la explotación de un género en el umbral de la madrugada, el late nigth. Quizá porque quien cena tarde no puede irse inmediatamente a la cama, las cadenas han logrado audiencias millonarias más allá de la medianoche, algo impensable en otras sociedades europeas. Esta noche cruzamos el Mississippi, Crónicas marcianas, Buenafuente... dieron prueba de la singularidad de nuestros parámetros horarios.

Nuestros hábitos son distintos a los de nuestros vecinos europeos, incluidos los portugueses, y esta peculiaridad genera algunas disfunciones dentro del sector. En 2008, un informe del Consejo Audiovisual de Andalucía reveló que pasadas las 10 de la noche había muchos niños aún frente a la pantalla, de manera que el horario de protección infantil resultaba y resulta insuficiente para garantizar los derechos de los menores.

La reordenación de nuestros horarios laborales y el replanteamiento de las pautas que seguimos al ubicar nuestras comidas a lo largo del día es un reto colectivo al que debemos dar respuesta. Las televisiones, lo han demostrado, sabrán adaptarse a cualquier cambio en este sentido en su afán por ofrecer a la sociedad aquello que quiere ver cuando puede verlo. Es más, la tecnología ya brinda la posibilidad de consumir contenidos audiovisuales a la carta, liberando de los horarios preestablecidos.

¿Proteger la diversidad y la identidad cultural? Sí ¿Aferrarnos porque sí a una diferencia que nos perjudica y limita? No. No podemos actuar como aquel locutor británico que, con el Canal de la Mancha sin visibilidad para navegar, abría así su noticiero: el Continente, aislado por la niebla. En este momento, más que nunca, debemos ser racionales para optimizar los esfuerzos. Si cambiamos para mejorar, la TV nos seguirá, cogerá pronto nuestro paso y Spain seguirá siendo different por otras cosas. Sencillamente, ha llegado la hora.

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