La tribuna

Juan José López Garzón

¿Adónde va la educación en España?

Aveces da la sensación de que los españoles, y por tanto, los andaluces no somos conscientes del grave problema que tenemos en la educación. Problema que se está viendo fuertemente agravado por la política de reducción de inversiones y de reajuste ideológico que ha puesto en marcha el PP. El avance del informe PISA 2013 es descorazonador. De treinta y cuatro países evaluados España ocupa el lugar treinta y tan sólo un tercio de los alumnos evaluados tienen habilidades simultáneas en matemáticas, lectura comprensiva y lenguaje. Este informe no evalúa conocimientos, sino las capacidades de los alumnos de 15 años para aplicar en la vida real los conocimientos adquiridos. Lo que hace más preocupante los resultados.

Es difícil, en nuestra historia, encontrar el momento en que el modelo educativo español sea homologable en eficiencia al del resto de los países europeos.

En España el sistema educativo moderno nace sobre 1840 y hay que esperar a 1902 para que los maestros cobren directamente del Estado, lo cual suponía que, hasta entonces, los escasos sueldos llegaban de los caciques, tarde, mal y a veces nunca. Esto no colaboraba a poner en valor la imagen y el trabajo de los esforzados maestros. Al comenzar el siglo XX, Alemania, Francia e Inglaterra estaban plenamente alfabetizados o en camino de estarlo, en contraste con España, en la que dos tercios de la población era analfabeta.

La decisión de Romanones de incluir el pago de los maestros en los presupuestos del Estado provocó que la cuestión educativa se convirtiera en un problema político de primer orden, en campo de batalla en el que se libraron tensas disputas ideológicas. Las dos Españas se enfrentaron por la educación, enfrentamiento que aún no ha sido superado.

No podemos ser ajenos a la realidad: la posición de España en el sistema económico mundial es consecuencia de la posición que ocupa nuestra educación en relación con el sistema educativo de los demás países.

La República hizo un gran esfuerzo educativo. Los presupuestos de educación se incrementaron el 50%, bajo el impulso de la Institución Libre de Enseñanza se reformó la enseñanza primaria y el bachillerato sobre las ideas de escuela única, laicismo y coeducación. Se construyeron unas 10.000 escuelas y se habilitaron 7.000 nuevos maestros. Y como la educación era un campo de batalla ideológico, se prohibió la enseñanza a las órdenes religiosas. El esperanzador panorama que se abría para la educación en España duró poco y no dio tiempo a recoger sus frutos.

En la dictadura la educación pública fue olvidada durante más de veinticinco años, sobre todo en el nivel de primaria. El sistema educativo fue reordenado bajo las directrices de autoritarismo nacional y tradicionalismo religioso. En esta época España fue el país que menos invirtió en educación, si se exceptúa Portugal. En contraposición, la enseñanza en centros católicos experimentó un gran protagonismo. Hasta 1970 la inversión en educación no fue superior a la de las Fuerzas Armadas. El esfuerzo real de la inversión en educación en España se produce al principio de la década de los ochenta del pasado siglo cuando tanto el Estado como las comunidades autónomas inician una política de construcción y mejora de centros que es continuada en el tiempo. Esto supone que la inversión educativa en nuestro país crezca de forma decidida, aunque no lleguemos a alcanzar la media de la UE en términos de PIB. Sin embargo los resultados conseguidos, en general, no se corresponden con el esfuerzo realizado. Esto debe ser un serio motivo de reflexión. Los recursos permiten crear un ámbito en que realizar una buena docencia, pero no es suficiente. Tenemos que aceptar, de una vez, que el centro del sistema educativo es el profesorado, no lo son los políticos, los burócratas, los pseudoexpertos, etc. En Finlandia, Canadá y Singapur, que tienen los mejores sistemas educativos del mundo, los profesores en activo son los que van desarrollando el sistema con la coordinación de las autoridades educativas.

Pero lo que no se evalúa se devalúa, por ello centros y profesores deben ser evaluados, y reconocer el talento y dedicación. No se puede igualar por abajo, porque ello supondrá, a medio plazo, igualar por abajo la sociedad y el tejido productivo.

Los partidos políticos deberían ser conscientes de que los cambios frecuentes no benefician a la formación de los alumnos ni a la motivación del profesorado, el sistema debe tener un mínimo de estabilidad.

Nuestra prosperidad está ligada a tener un eficaz sistema educativo público en el que desde el primer día se inculque al alumno que el esfuerzo es la forma más inmediata de ser solidario y que poner lo mejor de uno mismo al servicio de los demás nos honra. Por todo ello, por donde vaya la educación irá nuestro país.

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