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La tribuna

Sebastien Rinken. Sociólogo del Instituto de Estudios Sociales Avanzados

La extraordinaria victoria de Merkel

DESDE varios puntos de vista, la victoria electoral obtenida por Angela Merkel el 22 de septiembre no puede calificarse sino de extraordinaria. En primer lugar, después de una campaña electoral centrada en la candidata, el partido de Merkel consigue su mejor resultado en dos décadas y roza la mayoría absoluta en la primera cámara del parlamento alemán, el Bundestag; y ello, pese al desgaste que el ejercicio del poder suele conllevar. Para entender este aspecto de su victoria, el más obvio, hay que tener presente que la opinión pública alemana comparte de forma casi unánime la idea de que la crisis del Euro ha de gestionarse con gran firmeza, por poco que ello complazca a aquellos socios de la UE que se encuentran en mayores apuros. 

Merkel ha sabido trasmitir la sensación de que ella sabe navegar entre Escila y Caribdis. La Escila: una ruptura del euro que sería muy perjudicial para la industria exportadora, el motor de la economía alemana. La Caribdis: la asunción por los contribuyentes alemanes de obligaciones originadas en otros países, sin obtener como contrapartida control sobre la política económica y fiscal de éstos. Dada la intensidad de las tensiones vividas en cuanto a la supervivencia de la moneda común, así como el volumen de los préstamos ya establecidos pese al hostil clima demoscópico, es notable que Merkel haya sabido mantener el barco a flote sin alterarse en ningún momento; es más: trasmitiendo tranquilidad.    

 

Con la magnitud de esta victoria, Merkel invierte la tendencia a una creciente fragmentación del sistema político alemán; tendencia que se remonta a la irrupción de los Verdes en el Parlamento federal, 30 años atrás. He aquí el segundo sentido en el que su hazaña es extraordinaria, pues ha vuelto a desangrar (electoralmente hablando) a propios y ajenos. Es decir, ha sumado papeletas no sólo entre quienes, en las elecciones anteriores, habían votado por los partidos de la oposición, sino también, y sobre todo, entre los antiguos partidarios de su socio de gobierno. 

 

Según los análisis realizados a pie de urna, el balance de flujos entre votantes es positivo para la formación de Merkel, respecto a todos los partidos que habían obtenido escaños en las elecciones anteriores. Semejante capacidad de agregación sugiere una posición hegemónica en términos no meramente numéricos, sino cualitativos. De hecho, es ya legendaria la astucia de Merkel a la hora de restar perfil diferencial a sus antagonistas; como ejemplo, cabe recordar su apuesta por la energía renovable, en reacción al accidente nuclear de Fukushima. 

 

Ahora bien, el contingente más importante de votantes nuevos de Merkel procede, en estas elecciones, del Partido Liberal; partido que desde la fundación de la Republica Federal, había siempre tenido representación parlamentaria y, en muchas ocasiones, responsabilidades de gobierno. Por tanto, el desplome del Partido Liberal constituye de por sí un terremoto para el sistema político alemán. Algunos comentaristas han advertido aquí cierto olor a victoria pírrica: en la recta final de la campaña, los líderes liberales pidieron abiertamente auxilio a los partidarios de Merkel, con vistas a dar continuidad a la coalición saliente. Merkel se negó a echarles el salvavidas, complicándose así la formación del próximo gobierno: con su 25% de los sufragios, los socialdemócratas podrán (y deberán) exigir más concesiones programáticas y una mayor cuota de poder de lo que podría haber reclamado un partido pequeño en bajísimo estado de forma.  

 

 ¿Victoria pírrica? Estamos acostumbrados a evaluar a los políticos con los criterios cortoplacistas que suelen orientar al grueso del gremio, pero me parece que el escenario aquí es otro. En un blog de la Revista Catalana de Dret Public, el politólogo Mario Kölling da con la tecla clave: una Gran Coalición tendría una mayoría aplastante no sólo en el Bundestag, sino también en el Bundesrat, cuyos miembros son nombrados por las 16 regiones. El control de ambas cámaras del Parlamento garantiza la aprobación de aquellas reformas constitucionales que fueran precisas, en su caso, para avanzar en el proceso de integración europea. 

 

No podemos dar por hecho que el nuevo Gobierno alemán promoverá tal salto de calidad; sin embargo, la victoria electoral de Merkel (y los correspondientes fracasos de otras formaciones) crea una de las condiciones imprescindibles para que la integración europea pueda sobreponerse a las enormes dificultades con las que se ha ido topando desde 2008. Precondición que se da, no ya como efecto sobrevenido, sino como parte integrante de una estrategia a largo plazo. Merkel habría así realizado la campaña electoral más funcional de cara a obtener una holgada mayoría… no ya en la cámara del Parlamento cuya composición se estaba disputando, sino en la otra cámara, ese Bundesrat cuyo veto estropearía cualquier jugada de envergadura en el tablero europeo. Ya digo: extraordinario. 

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