En serie

dani Rodríguez

Controlados por el sistema

EL sistema siempre gana. Parece que Black Mirror no cesa en su empeño de concienciar a los espectadores del rumbo tan desviado hacia el que se dirige la sociedad. Lo vuelve a hacer con el segundo capítulo de la primera temporada, cargado de informatización y frialdad. 15 millones de méritos es el episodio más pobre en su conjunto pero el más complejo desde el punto de vista estético. La sátira toma otra vez las riendas para caricaturizar la telebasura, los reality shows y el sopor que induce el abuso tecnológico.

El apartado visual es espectacular. Un despliegue de medios que simulan un abrumador mundo virtual forjado con paredes de LEDs donde ver hasta la publicidad y videojuegos con la esencia de la interactividad patente en la consola Wii, o los avatares de esos "esclavos" virtuales que recrean cada acción y movimiento de sus dueños.

El capítulo flojea en comparación con el resto. Además, el papel de los protagonistas no ayuda demasiado, convirtiendo una historia original y ambiciosa en una trama falta de profundidad. La deshumanización a través del entretenimiento es un tema cercano, y aquí los personajes no tienen sueños, sólo una única ambición: demostrar que son alguien pero sin cuestionarse nada de lo que ocurre a su alrededor.

Daniel Kaluuya (Bing), en el papel protagonista, no es capaz de transmitir más sensaciones, miedos y sentimientos de los que debería para hacer como mínimo que el espectador se identifique con él. La propuesta es peculiar, un futuro no muy lejano en el que el único objetivo es pedalear para conseguir puntos y demostrar tu talento en un programa al más puro estilo de Factor X.

La inquietud se esconde en cada rincón del lógico avance de la trama, con una crítica contundente al protagonismo del jurado de este tipo de concursos en el que solo valoran lo superfluo o humillan a los participantes. Pero más sobrecogedor resulta ver escenas en las que el juego está por encima del ser humano. Lo evidente se satiriza y hasta la publicidad recibe un dardo envenenado por una insistente labor para inducir el consumismo.

La fábula toma ideas y elementos de obras distópicas tan conocidas como 1984 de George Orwell o Un mundo feliz de Aldous Huxley. Absorbente es el monólogo final de Kaluuya en el que resume sin tapujos el mundo que nos rodea, dibujando algunas crudas verdades al respecto.

En esta ocasión, Brooker y Konni Huq plasman un guión sencillo en el que los giros y el final son previsibles, pues a pesar de las innumerables reflexiones que uno puede extraer de esta historia, la verdadera conclusión es que el sistema siempre gana.

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