José León / Calzado

La valentía de Susillo

En este artículo científico su autor, responsable de la restauración del Cristo, desvela las principales claves históricas y estéticas de la obra

LA imagen de Cristo en la Cruz es, sin duda, el tema mejor tratado por la escuela escultórica sevillana desde el siglo XVI. Conocedor del peso de esta tradición, no es de extrañar que Antonio Susillo se plantease el desafío artístico de realizar un Crucificado de estilo personal, creando una aportación rompedora a través de la introducción de detalles expresivos y compositivos inéditos.

Con esta motivación comenzó a trabajar su Crucificado en 1893 para presentarlo en la siguiente Exposición General de Bellas Artes. Una obra en la que invirtió dos años de su vida, pues concluyó el vaciado en yeso en julio de 1893 (La Unión Católica. 15/01/1893) y hasta 1895 no quedó finalizada su fundición, tal y como consta en la firma conservada en la Cruz.

El resultado fue una obra portentosa de gran calidad realista e innovadora en su concepción. Mucho se ha comentado sobre su rasgo más llamativo, la inusual posición de los pies, dando lugar a multitud de hipótesis y hasta la leyenda de ser el desencadenante de su suicidio. Nada más lejos de la realidad. Los pies del Cristo de las Mieles están colocados de forma correcta, en cuanto adelanta el derecho sobre el izquierdo. La variación radica en alternar el derecho sobre suppedaneum y el izquierdo en el stipes, rompiendo la norma histórica de mantenerlos siempre juntos, ya sea sobre una parte u otra de la Cruz.

También apostó Susillo por presentar un Cristo triunfante, en el que la serenidad de su cuerpo y la expresión agradable de su rostro manifiestan la satisfacción de Jesús al saber que moría por redimir a la humanidad. No quedó perpetuada en la obra de bronce otra de sus intenciones transgresoras para este proyecto: presentarlo prácticamente desnudo, tan sólo tapado por un sudario minúsculo y desgastado en sus extremos, que dejaba al descubierto casi la totalidad de su anatomía. Así puede observarse en la fotografía del boceto en barro.

El artista fue consciente en todo momento de las posibles críticas que suscitaría su provocadora propuesta y así lo manifestó en una entrevista: "Voy a Madrid con este Cristo, en la persuasión de que la crítica no ha de tratarme muy bien por haberme permitido romper con la postura de los pies aceptada para los Cristos y por haber dado a esa expresión la del goce supremo y tranquilo de la muerte física" (La Gran Vía, revista semanal. 10/05/1895).

El Cristo fue uno de sus cinco trabajos presentados en la Exposición General de Bellas Artes de Madrid de 1895 (Inventario de la Exposición. Escultura, obra nº 1.378) y, efectivamente, no pasó desapercibido para la prensa de la época, que se dividió en elogios y censuras a partes iguales. Las opiniones positivas exaltaban su carácter revolucionario respecto a su calidad expresiva y a su original composición, aplaudiendo la sensación de ingravidez del cuerpo debido a la novedosa disposición de los pies, pero también se alzaron voces que reprobaban su frialdad, la falta de espíritu religioso o la postura de sus pies, "piedra de escándalo" para algunos.

Ante el lamentable estado que presentaba el cementerio sevillano, en 1896 la Comisión Municipal acordó el inicio de unas obras de mejoras, entre las que se planeaba la remodelación de la rotonda interior. A tal efecto, en 1897, meses después del trágico fallecimiento de Antonio Susillo, el arquitecto municipal José Sáez López propuso la adquisición del Crucificado para alzarlo en la rotonda sobre un alto Gólgota rocoso. Decisión ratificada el 1 de octubre del mismo año con la compra de la escultura a los familiares de Susillo por 14.000 pesetas. (AHMS. Cementerios. Expedientes generales, 1897). Los trabajos de instalación se iniciaron en 1898 con el asesoramiento del escritor Francisco Rodríguez Marín, que fue llamado por el Marqués de Paradas, alcalde de Sevilla, para adecuar la obra al entorno del camposanto. Se inauguró en la festividad de Todos los Santos de aquel año.

Desde 1920 se le conoce popularmente como el Cristo de las Mieles. El escritor Muñoz San Román explicaba entonces que había querido el Señor aparecer en tan amargo lugar como fuente de dulzura haciendo el milagro de brotar mieles entre sus labios. Todo fue explicado posteriormente, con menos encanto literario, al comprobarse que la miel procedía de una colmena hallada en el interior de su boca y que aún hoy permanece. En 1940 se trasladan los restos de Antonio Susillo al interior del monte, cumpliéndose así un anhelo de familiares y artistas que así lo solicitaron en 1927 (AHMS. Asuntos especiales).

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