EN el umbral de la Semana Santa no podemos más que caer de rodillas, ante el memorial que celebramos, con dolor de corazón por la falta de respuesta a tanto amor derrochado para borrar el desacato de Adán y recuperar lo que por soberbia perdimos.

Ayer fue día de dolorosas, besamanos, meditaciones. Viernes de Dolores. El pórtico final hacia la Semana Mayor y que tuvo como protagonista a nuestra Madre Corredentora.

María no debe ser relegada a "guinda del pastel" ni en el culto ni en la cofradía en la calle y menos aún en la vida ordinaria de las hermandades.

Ella es referencia y ejemplo de entrega y acatamiento a la voluntad de Dios que tomó forma como Hombre en sus entrañas. En ningún momento abandonó esa carne que es su carne y esa sangre derramada que es la misma que circuló por las venas de María. A partir de ahora y cuando acaba la pasión cruenta el corazón de Madre, Mater Dolorosa, nos ha de trasladar a las miles de madres sufrientes cuyo lenguaje, como nos recuerda el Papa, no es otro que el de las lágrimas: "Ciertas realidades de la vida se ven sólo con los ojos limpiados con las lágrimas… si ustedes no aprenden a llorar no son buenos cristianos". Nuestras lágrimas se han de unir a las de las madres de cristianos ajusticiados, de hijos enviados a la guerra, de los que mueren de hambre, de esos niños obligados a trabajo duro en beneficio de quienes ya bastante tienen, de madres que no pocas veces por los organismos oficiales son motivadas, cuando no obligadas a arrancar el hijo que llevan en sus entrañas.

Los cristianos cofrades, para hacer creíble su piedad popular, han de rescatar este lenguaje que el papa Francisco nos recordó en su viaje a Filipinas.

Dolorosa de Nazaret, llorosa en Siria, Paquistán Afganistán… Tómame de la mano y ponme ante Cristo dolorido para que, desde Él, pueda abrazar con mis manos y enjugar con mis lágrimas a tantas dolorosas que en el mundo están completando en su carne "lo que falta a la pasión de Cristo" (Col. 1,24).