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Antonio / romero / padilla

Cómo viví una Madrugada trágica

Mucho se ha escrito de la Madrugada de este año, la noche santa en la que procesionan algunas de nuestras más señeras cofradías, junto a las del Jueves Santo, para no sólo hacer estación de penitencia a la Santa, Metropolitana y Patriarcal Iglesia Catedral de Sevilla, sino acompañar al Señor en el Monumento en su verdadera y real presencia en la eucaristía, acabados los Oficios de la Cena del Señor, en las horas trágicas de una Pasión que a esas horas de la Pascua se torna en traición, encarcelamiento, maltrato y condena, hasta el alba del Viernes Santo, camino del Calvario. Quizás, por este desconocimiento se llega a hablar de la posibilidad de crear una segunda madrugada, que no tendría sentido devocionalmente y sólo sería un disparate donde lo accesorio se convierte en fundamental. Algo, desgraciadamente, tan de moda. Aunque hablando de modas… ¡podríamos hasta citar esas pasarelas cuaresmales tan impropias donde el costal y hasta un paso con la Santa Cruz se han convertido en tendencia cofradiera!

Y en esas, aunque era para estar desanimado por el ambiente de años pasados y el enrarecido (hasta en vestimenta) del presente, me planté de nuevo, con la ilusión de un año más, recién llegado de mi parroquia y así poder acompañar hasta la entrada a la Virgen del Valle.

Eran más de las cuatro de la mañana, y junto a un amigo, acompañamos a la Virgen de la Esperanza Macarena por toda la calle Trajano hasta la entrada en la carrera oficial. Allí decidimos sobre la marcha -será que Dios quiso que nos pillara el envite triste que nos esperaba- ver El Silencio en la confluencia de las calles Lasso de la Vega, Tarifa y Amor de Dios. Quizás el nombre que resume el porqué de esa noche y de toda la Semana Santa.

Bajaba, entonces, el paso de Jesús Nazareno con sus primitivos nazarenos de Sevilla en medio de un ambiente, insisto, poco dado a la devoción y al recogimiento. Poco silencio, faltas de respeto y una bulla convertida en masa, donde lo devocional o hasta lo emocional dejaban el paso a lo lúdico. ¡Como quien ve una final de Champions o un derbi sevillano, o casi! Y al pasar y encaminarse para el cruce de la calle con Trajano, por el lado de la calle Tarifa, viene una avalancha provocada, según nos dijeron después, por tres jóvenes que venían del pasaje de Martín Villa, que desencadenó una catarsis y un estado de histeria, gritos y tensión difícil de describir. Me tocó calmar -como hubiera hecho cualquiera en mi lugar- aquellas carreras sin control de gente que arrollaron nazarenos (algunos con traumatismos varios y hasta con heridas de sangre), tiraron cruces y hasta hizo que los pajes del paso, niños en bendita inocencia, tuvieran que ser alojados dentro junto a los costaleros. Los gritos se sucedían por ambos márgenes y sólo un policía nacional (al que Dios pague sus esfuerzos) y un servidor, manos en alto, pudimos controlar a la gente pidiendo respeto y silencio al paso del Señor. Incluso, a mi lado, una mujer que se había quedado ciega por una enfermedad, llorando y en un estado de pánico y terror indescriptible, entre lágrimas, me pedía sitio para irse a casa, ante la imposibilidad de tocar siquiera (como aquella mujer del Evangelio) el paso de la Virgen de la Concepción, del mismo nombre de su difunta madre que acababa de perder. Entre besos y abrazándola, pude agarrarla y calmarla, mientras ayudábamos a recomponer la cofradía, entre la desconsideración de filas enteras que se atrevían con la quintaesencia de nuestra Semana Santa, cruzando entre cirios al cuadril, hasta con carritos, sillas y hasta mesas de camping (sin gas ni sandía, eso sí), las filas de unos sufridos nazarenos, que sí que merecerían un monumento de corazones agradecidos por su saber estar y compostura. Por fin, entre la ronquera y casi exhausto poniendo orden y pidiendo calma a un público asustado y ya muy sensible, pudimos ver bajar el palio y conseguir el ritmo normal de la noche.

Una vez más consiguieron herirnos en lo que más nos duele. Y nos pillaron con la misma receta de una sociedad, donde parece que Dios ya impone poco respeto y todo se ha convertido en espectáculo.

Ese fue el ambiente de la Madrugada que viví este año, el de una sociedad que se ha secularizado a pasos agigantados; aunque nuestras cofradías hayan sido en muchos casos las únicas que hayan retrasado este fenómeno. ¿Quién de nosotros no sentía una sensación similar a la de estar en los previos de las uvas de Nochevieja, pero con pasos en la calle? ¿Por qué si está prohibido por ley beber en la calle, cómo se puede hacer en la noche quizás más delicada y especial del año, donde hemos servido de triste escaparate para muchos que nos visitan? ¡Y eso que algunos critican el Rocío! ¿Por qué no se pusieron multas por el alcohol, cuando diariamente en la zona azul nos tienen fritos o con décimas de velocidad de más ya te crujen, por no decir los controles de cada fin de semana? ¿Por qué tan poca presencia policial en la calle en medio de tanta desmesura y con los antecedentes de 2000? ¿Por qué se quita importancia a lo sucedido? ¿Por qué ni siquiera nos preocupamos?

Quizás la Madrugada de este año es la de la sociedad que tenemos o la que nos merecemos. Cuando no importan los valores. Cuando en el bus urbano tienes que decir a un joven que se levante porque no conmueve ni un abuelo con bastón. Cuando está pasando Jesús Nazareno y en vez de oír los pitos del Silencio con su trágico recogimiento se oye una sinfonía de frutos secos variados y de hielos. Cuando el incienso no consigue disimular el olor de la marihuana en algunas esquinas. Cuando te miran como un bicho raro (sumado a la mirada anterior por verte vestido de cura) al santiguarte en cada paso y rezarle a las benditas imágenes sagradas. Cuando ya en muchas hermandades -salvo honrosas excepciones- no hay un acto penitencial con confesiones antes de la salida. Cuando hay tanta saturación durante el año de información cofradiera (no se me olvidará nunca la pregunta ya contestada del Doctor D. José María Rubio, pregonero de nuestra Semana Santa, en un encuentro de las Hermandades de la Vicaría Oeste el pasado año: "¿Pero de verdad pensáis que podemos estar todo el año hablando de lo mismo y que tanta información generan nuestras cofradías?") y vienen en tropel excursiones con sillitas y hasta mesas de camping (faltaba el gas), convertida la ciudad más maravillosa del mundo en un parque temático y caricaturesco de sí misma, para ver en nuestro particular sambódromo de la Campana y aledaños (el sitio donde verdaderamente peregrinamos muchas veces, seamos sinceros) las mejores hermandades de la cristiandad. Cuando dejamos a nuestros jóvenes sin aprovechar la ocasión que nos brinda que se vistan con el hábito nazareno para hablarles de Dios, para acercarlos a la Iglesia, para crecer en amistad con el Señor y su Madre bendita y animarlos con entusiasmo a una vida comprometida de piedad. Cuando todo eso pasa, y no se cuida la formación del nazareno, al menos en esos mínimos que señalaba el inolvidable Don José Ortiz (q.e.p.d.), y se ven cada vez en sus manos menos rosarios para su vía crucis particular, entonces, sólo entonces, no es que extrañe lo que ha pasado este año, sino que hasta se puede comprender con normalidad todo lo que rodea a nuestra Semana Santa, para cargársela y destrozarla por dentro; dejándola sin su alma, y solo siendo a la postre, una afición sin Dios. ¡Cómo lo que algunos intentaron esta Madrugada y conseguirán, si no nos espabilamos aprendiendo la lección, muy pronto!

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