TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

EN la tercera edición La Voz queda patente que cantar bien no es lo importante. De los participantes que quedan no hay ninguno que deslumbre. Se supone que la gracia del formato radica en que los coaches elijan a los miembros de sus equipos solo por su voz. Pero ya desde las audiciones a ciegas a la cadena y la productora se les vio el plumero. ¿Qué pintaba un telón que escondiese a alguien detrás? Si una vez que Alejandro Sanz, Malú, Antonio Orozco o Laura Pausini se dieran la vuelta ya significaba que les gustaba su voz ¿qué más tenían que esconder? La historia personal con la que enganchar al público. El cura, las gemelas, el chico con voz femenina, la amiga de Alejandro Sanz a la que le pide que no se vaya con él pero ella no le hace caso, la invidente… Al final eso es lo que se queda en la mente del espectador y lo de menos es lo musical. En definitiva, un programa más que conforme van pasando las ediciones pierde su esencia por introducir una parte de reality show. Pero no solo decaen las dotes vocales de los concursantes. Tanto los presentadores, como los coaches, como la producción de las galas en directo están convirtiendo esta tercera temporada en la peor de todas. Se supone que la experiencia debe servir para mejorar, pero aquí ocurre todo lo contrario.

Desde siempre he tenido predilección por Jesús Vázquez. En mis recuerdos televisivos de la infancia no falta Gente con chispa, en mi etapa juvenil el gallego me enganchó a Popstars y Gran Hermano VIP, algo más tarde a Operación Triunfo, Supervivientes, ¡Allá tú!, y desde hace dos años a La Voz. En todos estos formatos el ingrediente más importante ha sido él. Pero últimamente me aburre. Me parece igual de profesional y buena gente que siempre, pero es más de lo mismo. En el talent musical en su versión adulta e infantil, en Mira quién salta, Pequeños gigantes y ¡Levántate! me resulta repetitivo. Se limita a explicar las normas de concursos muy parecidos entre sí, a decir los números de teléfono para salvar a los concursantes y a dar paso a los miembros de los jurados. Tanta repetición transmite que hasta él está cansado de su papel. Su compañera Tania Llasera también es una de mis presentadoras preferidas por su locura. Lo que ocurre en esta ocasión es que no tiene la chispa que le ha caracterizado. Ni cuando Jesús le felicitó por su embarazo mostró demasiada felicidad. Más frialdad para añadir. Menos mal que de los coaches se salvan dos, los nuevos. La sabiduría del señor Sanz, su forma de trabajar con su equipo y sus miradas le convierten en mi principal razón para sentarme delante del televisor los miércoles. Laura Pausini es sin duda el gran descubrimiento de la edición. Sin embargo a Malú y Orozco les pasa como a Jesús. Están quemados. Caso aparte es la realización de los directos. La mala coordinación de las cámaras y la pésima calidad del sonido se unen a las actuaciones que los coaches hacen junto a sus pupilos. Qué manera de estropear sus propias canciones.

Y lo peor está por venir, porque se estrena la segunda edición de La Voz Kids. Una vez más a utilizar a los niños como gancho. Y una vez más lo de menos será la voz.

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