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Pantalla táctil

Helena Arriaza

La vida sin la tele

PERMÍTANME que hoy no escriba ni de un programa ni de una serie, ni de una cadena ni de uno de los rostros conocidos del mundillo televisivo. Permítanme contarles algo que no me había ocurrido en 25 años. Mudarte y que una de las prioridades sea llevar el televisor a la nueva casa. Pues a falta de una, dos. Una en el salón y otra en el dormitorio. Ni sofá, ni sillas, ni mesa, ni cama. Pero tele sí. Ya en mis primeros recuerdos estaba rodeada de la caja tonta. Me ha acompañado en situaciones de todo tipo. En noches en las que coger el sueño era complicado me he tragado hasta la Teletienda y los minutos musicales de las cadenas en las madrugadas. En tardes de estudio en las que magacines y concursos me ayudaban a concentrarme. En reuniones con amigos en las que hemos terminado haciendo un repaso por todas las películas que emitían. En comidas y cenas de Navidad. Qué sería de un 24 y 31 de diciembre sin las espantosas galas musicales. E incluso me ha servido de salvación en situaciones incómodas en las que no sabes ni qué decir y en las que el sonido de fondo, sea del programa que sea, es el gran aliado. También me ha hecho vivir situaciones incómodas. Llámenme exagerada pero que se estropee la tele para mí siempre ha sido motivo de angustia. Por no hablar de las discusiones con mis padres cuando en la infancia y adolescencia me hacían apagarla a determinada hora de la noche. Qué de galas de Operación Triunfo tuve que dejar a la mitad. O las peleas por el mando a distancia con mi hermano. Su obsesión por Los Simpson y películas como Solo en casa, Cariño he encogido a los niños o Señora Doubtfire siempre han sido motivo de disputa fraternal.

Hace unos años por azar entré en este medio. Entre un grupo de becarios alguien tenía que ir a parar a la sección de Televisión. El destino quiso que fuera yo. Y yo eternamente agradecida. Escribir sobre lo que ocurre en la pequeña pantalla y las personas que aparecen en ella muchas veces levanta críticas. Hay quienes piensan que nuestro trabajo no es serio. Pero hasta quienes lo critican pasan horas al día viendo la tele.

Desde que, hace ya cinco años, tengo la oportunidad de escribir en estas páginas, mi pasión por la tele ha ido in crescendo. No hay día que no consulte los datos de audiencia de los programas. El aprendizaje me ha hecho analizar todo lo que ocurre en cada cadena con otros ojos. A esto también hay que añadir que mi pareja se dedica al mundo de la realización y observa todo lo que va más allá del contenido de los formatos. Pero como he escrito al comienzo estos últimos días me ha pasado algo inaudito. Llevo días sin encender la tele. Jamás había estado tan desconectada de mi medio favorito y siento que a mi día a día le falta algo.

En definitiva, echo de menos la tele. No me gusta la vida sin pulsar los botones del mando a distancia. Espero que llegue pronto mi adaptación a la bendita rutina. Eso significará que regresarán mis ansiadas horas dedicadas a estar frente a la pantalla.

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