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Helena Arriaza

Sí, quiero ser hortera

Hay que tener ganas de casarse. Y muchas. Esa es la única explicación por la que se podría llegar a entender que los concursantes de Sí quiero, programa de Canal Sur,estén dispuestos a hacer el ridículo. El pasado miércoles tuvieron que aprenderse las coreografías de Aserejé, La bomba o Los pajaritos y deleitarnos con sus bailes. Las pruebas que les hacen realizar no sirven de nada. El final del concurso es incomprensible. El que gana puede irse a casa con las manos vacías y su imagen por los suelos y que sea el último clasificado el que se lleve la boda de sus sueños. El formato es una mezcla mal hecha de programas que han marcado la historia de la televisión. Las pruebas que realizan los concursantes y familiares con el único fin de hacer el tonto y la hinchada de cada grada animando y ataviada con camisetas con fotos de la pareja recuerdan al mítico Grand Prix del verano. Pero sin vaquilla y sin Ramontxu el formato andaluz no le llega ni a la suela de los zapatos. Además las pruebas son imposibles de conseguir. La semana pasada lanzaban globos tan llenos de agua que se les partían antes de tirarlos hacia arriba. Otros de los retos lo único que hacen es provocar que los espectadores se rían de los participantes y no con ellos. Llenarles la boca de comida para que digan una frase teniendo la persona que tiene que adivinar lo que dicen unos cascos con la música a tope es innecesario. Aunque no les llenen la boca se iban a enterar de lo mismo. Por si esto fuera poco ponen en peligro su integridad física. Les hacen correr por el plató, que tiene más de un escalón o elemento en lugares inoportunos que pueden provocar la caída de alguna de las parejas. Cuando presentan los regalos que pueden llevarse parece que estamos viendo El precio justo. Los azafatos cogen trajetas en las que aparece el nombre de restaurantes, agencias de viajes o la marca de algún diseñador y los enseñan con una sonrisa más que forzada o las cámaras el expositor donde se encuentran los zapatos, tartas, flore o joyas. Todo esto por supuesto con el nombre de la marca de cada producto en grande. Publicidad invasiva. Incluso tienen el valor de parodiar al Un, dos, tres.. cuando el presentador lee las tarjetas y termina diciendo "hasta aquí puedo leer". No podía faltar en un programa sobre el amor la parte emotiva. Por unos instantes parece que el Sorpresa sorpresa de Isabel Gemio ha regresado cuando aparecen las lágrimas, los reencuentros o mensajes de lo más sentimentales.

Hay otros aspectos del programa no se parecen a ningún otro. De lo mal hechos que están es imposible. Uno de ellos es el plató, que es el súmun de lo hortera con la combinación de flores a tutiplén con corazones rosas por todas partes, desde el suelo hasta la pantalla, tartas de tonos fucsias y rosa palo horrorosas y una paleta de colores de lo más pastelosa. Y del presentador y sus ayudantes mejor ni hablemos.

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