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La Opinión Invitada

LUIS LÓPEZ BELLIDO

Agricultura, cambio climático y secuestro de carbono

El autor reclama inversión para transferir tecnología y aumentar la investigación.

El cambio climático global es un hecho científicamente constatado, aunque sus efectos sobre los ecosistemas y las diferentes actividades humanas son aún inciertos a escala regional y local; lo cual está creando fuertes controversias tanto a nivel científico como en la opinión pública. Resulta también evidente que, al menos en parte, la acción humana es responsable de esta alteración del clima, producida por las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero. Habitualmente se atribuye el inicio de dicho cambio a la revolución industrial y el uso generalizado de la energía fósil, que ha incrementando drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, desde la aparición de la agricultura, hace 10.000 años, el hombre está alterando el medio ambiente, y posiblemente modificando el clima, aunque con una finalidad tan necesaria como es la de producir alimentos y dar de comer a la especie humana.

La agricultura ha sido siempre un sector estratégico para la economía de un país, cualquiera que sea su nivel de desarrollo. No obstante, en las últimas décadas ha sido objeto de duras críticas por diversos sectores sociales, como si su actividad fuese algo nocivo, siendo para muchos uno de los principales responsables del incremento de los niveles de gases de efecto invernadero (GEI). Sin embargo, gracias a la fijación de dióxido de carbono (CO2) de los cultivos a través de la fotosíntesis se producen alimentos y otros productos agrícolas esenciales. La sociedad actual parece haber olvidado que a la agricultura corresponde directamente proporcionar a los habitantes del mundo el alimento y la energía para que puedan realizar su actividad diaria, además de otras muchos productos, como tejidos, fármacos, etcétera.

La agricultura puede contribuir a la mitigación de los GEI, minimizando sus emisiones, secuestrando carbono (C) atmosférico y produciendo biocombustibles. A diferencia de otros sectores, como la industria o el transporte, la agricultura es capaz, bajo un manejo apropiado, no sólo de reducir a cero las emisiones de CO2 a la atmósfera sino de capturarlo y almacenarlo como C orgánico en el suelo, o en la biomasa de la vegetación perenne, a la vez que puede minimizar las emisiones de metano y óxido nitroso. El sector agrícola tiene un reto significativo: incrementar la producción global con el propósito de proporcionar seguridad alimentaria a 9.000 millones de personas para mediados del siglo XXI, mientras protege también el medio ambiente y mejora la función global de los ecosistemas.

Los impactos del cambio climático sobre la agricultura, a medio y largo plazo, son con frecuencia difíciles de analizar separadamente de las influencias no climáticas relacionadas con la gestión de los recursos. Sin embargo, hay una evidencia creciente de que procesos tales como las variaciones fenológicas, las modificaciones de duración de la estación de crecimiento y los cambios de cultivo pueden estar relacionados con el cambio climático. Existe también un aumento de las catástrofes debido a una mayor frecuencia de eventos extremos, los cuales pueden también ser atribuidos al cambio climático. El impacto económico del cambio climático sobre la agricultura es muy difícil de determinar, debido a los efectos que tienen las políticas y los mercados, y el continuo desarrollo de las técnicas agrícolas; aunque hay evidencias de una mayor vulnerabilidad económica de los agrosistemas.

La preocupación por el incremento de CO2 en la atmósfera y el cambio global del clima ha llevado a un interés por valorar el potencial de secuestro de C en las tierras agrícolas y las medidas que pueden ser utilizadas para alcanzarlo. Para valorar realmente el papel que la agricultura juega en la reducción de CO2 atmosférico, es necesario conocer cuánto de éste en la atmósfera puede capturar la agricultura. No sólo importa cuanto CO2 se elimina de la atmósfera sino cuanto tiempo permanece estabilizado sin volver a emitirlo, y de nuevo pasar a formar parte del problema; en este sentido la agricultura no se diferencia mucho del papel que desempeña un bosque. En los sistemas agrícolas, parte del CO2 que fijan los cultivos queda almacenado en el suelo gracias a sus raíces y residuos, comportándose en este caso como un sumidero a largo plazo. Por tanto, un mejor entendimiento y manejo de los suelos proporcionaría importantes beneficios: mitigar el cambio climático, evitar su degradación, mejorar la retención de agua e incrementar la productividad. Entre las estrategias claves figuran el uso del laboreo de conservación, las rotaciones de cultivo y el manejo de los residuos de cultivo, la adecuada gestión del pastoreo del ganado, la mejora del manejo de los sistemas de riego y el uso de tecnologías de agricultura de precisión. El mantenimiento y posible incremento de las cantidades de C orgánico secuestrado por el suelo podría ser crítico para la futura adaptación al cambio climático.

Todo lo anteriormente citado no tendrá efecto si no se potencia adecuadamente la generación y transferencia de tecnología. Para ello serían necesarias mayores inversiones, mantenidas a largo plazo, en investigación para desarrollar nuevas tecnologías, herramientas de decisión e información y estrategias efectivas de comunicación, para transformar la agricultura en un sistema que sea más flexible y adaptado a la variabilidad y al cambio climático.

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