En abierto

FRANCISCO JOSÉ ORTEGA

La ambición propia de un grande

LOS equipos grandes se miden por múltiples variables y la más importante de ellas está en los títulos o en la capacidad para llegar a los partidos más inmediatos a ellos. La opción de ser campeón en las diferentes competiciones pertenece sólo a uno, pero el mero hecho de alcanzar una final o de estar en unas semifinales es una vara de medir perfecta para calibrar el potencial. Ese listón es el que ha saltado el Sevilla Fútbol Club de la contemporaneidad. No hay año en el que los sevillistas no disfruten ya de la presencia de su equipo en una cita decisiva para alzar la copa de campeón y 2016 también estará incluido en ese tiempo que, por su rabioso presente, nada tiene que ver con calendas.

Hasta ahí llega lo perteneciente a los datos objetivos, a los que se pueden medir estadísticamente y establecen que son 13 las finales alcanzadas por la entidad sevillista desde 2006 para representar de manera sobresaliente a la ciudad de Sevilla, Andalucía e incluso a España en las ocho finales continentales.

Pero hay un aspecto que no se puede medir y que también conduce a valorar los síntomas de grandeza que transmitió el club después de la clasificación en Vigo para su final número 13 del siglo XXI. Y éste tiene más que ver con la manera de celebrar las cosas, de darle el valor que tienen en cada momento. La euforia se desató en las gradas de Balaídos entre el medio centenar de hinchas que allí había aguantado la inclemencias del tiempo y la hostilidad de los seguidores celtiñas, una fiesta que, en perfecta comunión, incluyó a la plantilla de profesionales que tanto enorgullece al sevillismo e incluso al club con el vídeo que tenía elaborado para conmemorar ese feliz momento. Son, sin embargo, los tres aspectos a resaltar dentro de una celebración de lo más sosegada. Nada de euforia en el avión de regreso desde Vigo, tampoco en el aeropuerto de Peinador e incluso en la llegada a Sevilla, donde apenas una decena de aficionados aguardaba a las dos de la madrugada para felicitar a sus ídolos por el logro.

¿Y qué tiene esto que ver con la grandeza del club, amigo? Fácil, que primero sobrepasó el listón de celebrar las clasificaciones para torneos europeos, qué decir de los ya lejanos ascensos, y ahora ha superado la prueba de montar algarabía por alcanzar una final. Eso es lo que habitualmente sucede en el Barcelona, en el Real Madrid o en cualquiera de los grandes de otros países, las multitudes sólo se reúnen en los estadios durante los partidos para animar sin cesar y es ahí donde se forma la algarabía cuando el resultado final conduce a pelear por otra gesta. La calle, por tierra, por agua o por aire, se queda sólo para los títulos.

Aunque hay aún un último aspecto que engrandece más si cabe a este Sevilla Fútbol Club. En plena satisfacción por haber alcanzado la final de la Copa del Rey desde todos los rincones de la entidad, es decir, presidente, director deportivo, entrenador, consejeros, futbolistas, empleados y aficionados, sólo se pensaba en otra final, en pelear a tope por retrasar al 22 de mayo la Copa por haberse metido en la cita de Basilea. En la celebración de una final se piensa en la siguiente. Así crecen los clubes de fútbol más grandes.

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