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Misericordina

Eduardo / Martín / Clemens

Entrega

CONSUMATUM est. Así concluye la noche del Viernes Santo tras una larga y agotadora madrugada en la que las agujas del reloj parecen detenerse para contemplar tanta belleza esperanzada. "Él siendo de condición divina… se despojó, tomando la condición de servidor y llegó a ser semejante a los hombres" (Flp. 2, 6-7). Despojado de la divinidad y clavado en el madero de la cruz es la consecuencia del culmen de la Encarnación, la gran osadía de un Dios que no salva a distancia sino que se convierte en carne de pecado para que el pecador se sienta perdonado de su culpa: "Perdona a tu pueblo Señor…".

Va llegando a su fin esta semana de días santos, intensos, plenos de imágenes pasionistas en las que el cofrade y gran parte del pueblo cristiano han acompañado a su Salvador por las calles de Jerusalén. En todas estas imágenes no podemos ver reflejado más que el lenguaje de la misericordia de Dios que nos invita a despojarnos de todo elemento extraño que no concuerde y nos aparte de una vida entregada y derramada como la suya.

Si "la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia", como nos hace saber el papa Francisco en su bula Misericordiae Vultus, no podemos quedarnos en los apaños de restauraciones estéticas y actividades superficiales y, a veces, innecesarias. Es nuestro deber de cristiano ir al fondo de ese cimiento sobre el que gravita y descansa todo el edificio de la Iglesia, que no es más que el Cuerpo de Cristo. Así, transformados en hombres y mujeres de misericordia, recogeremos el último aliento de la Expiración de Jesús al finalizar la calle Castilla, con cuyo aliento podemos plenificarnos de su Espíritu para lograr y hacer de nuestra vida un gozo de fe que anticipa el aleluya Pascual, una entrega sin reservas y una compromiso apostólico arriesgado hasta, si fuera necesario, llegar al martirio.

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