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El poliedro

A Krugman se le entiende todo

DE Paul Krugman se dice cantidad de cosas desde que accedió al gran público tras serle concedido el Nobel, el año pasado. Provoca grandes pasiones y grandes desprecios. Su principal virtud según unos es el principal defecto que le ven otros: la sencillez con que es capaz de contar los fenómenos económicos. Algo inaceptable para la academia, según una ley no escrita que confiere poder al investigador por misterioso e inextricable, y lo inviste de un aura de brujo. No olvidemos que los economistas -que han adquirido una gran centralidad pública en el último año, aunque sea para que les mienten la casta- son unos señores que llaman "coyuntura" a la "situación"; y cosas peores. Pues bien, el profesor Krugman -judío, efectivamente- tiene a gala hacerse entender, y su notoriedad tiene mucho que ver con eso, con su vocación didáctica en la prensa generalista. Y también tiene que ver su popularidad con que, tras investigar durante años un clásico como son las relaciones de intercambio, antes del Nobel estaba dedicado a las causas y efectos de las crisis: el asunto y el momento oportuno en el lugar adecuado (el New York Times).

Como atestigua el título de su blog, La conciencia de un liberal, colgado en el periódico de la, efectivamente, también judía y estadounidense familia Sulzburger, Krugman se define liberal, adscripción de pensamiento y política que significa cosas distintas allí y aquí. Mientras allí liberal viene a ser sinónimo de izquierda, el liberalismo aquí es la fe que declaran los conservadores. Fácil de entender, gran gurú del momento crisis, enemigo de Bush y economista del mundo obámico, puntito izquierdista, ergo Nobel que te crió. A un predecesor en el galardón, Joseph Stiglitz -efectivamente...- también se le ha achacado el haber sido objeto del deseo políticamente correcto y escorado a la izquierda del que hace gala la Academia sueca. Stiglitz también es un talento relativizado por muchos de sus colegas. Vanidades y envidias aparte, también Stiglitz pinchó una vena mainstream, de gran venta, con su libro El malestar en la globalización (2001), que sigue teniendo pegada leído hoy, aunque, lógicamente, sólo se equivoca quien usa su boca, y ciertos planteamientos de este improbable best-seller han envejecido regular. Aun así, sus críticas sin ambages al Fondo Monetario Internacional (al Banco Mundial, del que fue despedido como director, no le toca un pelo), su denuncia del creciente trile financiero y de la trampa de la "desregulación" tienen atractivo indudable. Krugman y Stiglitz; dos perfiles con rasgos similares: tendencia política, oposición frontal a Bush y sus halcones, claridad en la argumentación y la exposición. El tribunal del Nobel -ése que le dio el premio a Walle Soyinka y se lo negó a Borges- no pudo resistirse.

Las conferencias de Krugman, como la de ayer organizada por la CEA en Sevilla, son desde el año pasado acontecimientos sociales donde hay que estar. Hay que darle gracias a la CEA por promover tal acto, y a Krugman por hacerse y hacernos entender, por dar la cara en el terreno de juego. Qué menos se le puede pedir a una economista hoy.

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