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La tribuna

Gonzalo Guijarro

¿No es verdad?

Afinales del pasado curso apareció a página completa en el diario El País un curioso manifiesto pedagógico titulado No es verdad y publicado como anuncio, es decir, pagando. En él se negaba que el modelo de enseñanza haya cambiado en los últimos años, que se hayan rebajado los niveles académicos, que el comportamiento de los alumnos haya empeorado y que los docentes tengan exceso de formación pedagógica y falta de conocimiento de sus asignaturas. La conclusión era que la enseñanza necesita un cambio que no puede venir del modelo tradicional, ya que ese es, según el manifiesto, el responsable del desastre actual.

Según esto, la Logse, tan innovadora ella, no fue sino mero continuismo, o tal vez ni siquiera se llegó a implantar. En cuanto a la actual LEA, habrá que concluir que también les parece demasiado tradicional. Y todas esas actividades de marcado carácter ideológico, que sustituyen cada vez con mayor frecuencia a las clases, y que se anuncian a los cuatro vientos como geniales innovaciones, sencillamente no existen.

También asegura el manifiesto que es falso que los niveles hayan bajado, ya que los libros de texto siguen teniendo contenidos similares a los de antes. Pero basta con echarles un vistazo a las famosas pruebas de Diagnóstico para comprobar que el nivel exigido al terminar el primer ciclo de secundaria es superable hasta por analfabetos funcionales, y otro tanto puede decirse de las pruebas para adultos, o de las de recuperación para alumnos que no han obtenido el título de Secundaria. Una cosa es que los contenidos sean aparentemente similares y otra que lo sean realmente y, sobre todo, que se exijan.

Otra cosa que niega el manifiesto es el deterioro de la disciplina en el aula. "No es verdad que el alumnado sea peor que el de antes", dicen ontológicamente sus autores. Pues claro; no es que los alumnos actuales sean peores, es que la pedagogía de lo lúdico y lo fácil fomenta en ellos comportamientos socialmente inaceptables. Evidentemente, la sociedad actual también colabora de diversos modos en el fomento de esos comportamientos, pero una ley educativa digna de tal nombre debe oponerse con firmeza a ellos, y no consentirlos o promoverlos en base a un turbio antiatoritarismo pedagógico, como hizo la Logse y hace la LEA.

Por último, el manifiesto niega que haya un exceso de formación pedagógica entre los docentes. La pregunta es: ¿qué entienden los autores del manifiesto por formación pedagógica? Basta con echar un vistazo a la página web de la Red IRES, firmante del manifiesto, para encontrar de inmediato los habituales tópicos contrarios a la transmisión de conocimientos: la formación socioemocional del adolescente, el trabajo en grupo, el fomento del espíritu crítico... En suma, toda la papilla ideológica con que los llamados "movimientos de renovación pedagógica" vienen desde hace ya demasiado tiempo, al amor de sucesivas leyes, corrompiendo el sistema de enseñanza. Y de eso, cualquier cantidad es excesiva.

En cuanto al fomento del espíritu crítico, conviene señalar que estos movimientos parecen confundirlo con el de la mera y hormonal rebeldía adolescente. El espíritu crítico no consiste en el rechazo de cualquier autoridad, por razonable que ésta sea, sino en la capacidad de no aceptar como válida cualquier proposición sin someterla previamente al escrutinio de la razón. Pero resulta que un uso ágil y eficaz de la razón requiere entrenamiento, un entrenamiento que puede apoyarse en diversas disciplinas (lógica, matemáticas, física, etc.), que tienen como denominador común la necesidad de concentración, esfuerzo y constancia por parte del alumno. Y como la razón no trabaja sobre consignas, sino sobre datos, es del todo imprescindible aportar previamente al alumno esos datos, esos conocimientos, esos contenidos en forma de transmisión cultural de las reglas gramaticales, la historia, etcétera. Todo eso requiere profesores que dominen sus respectivos campos del saber, no doctrinarios sumisos a una determinada ideología pedagógica.

En resumen, los firmantes del manifiesto parecen querer convencernos de que el actual desastre educativo se debe a que nunca se han intentado poner en práctica sus teorías pedagógicas y, en consecuencia, se postulan como los únicos capaces de sacarnos de esta situación. La verdad es que, precisamente, esas teorías llevan aplicándose tozudamente desde la implantación de la Logse, con los desastrosos resultados de todos conocidos. Así que el dichoso manifiesto constituye toda una muestra de ese espíritu crítico que los pedagogos firmantes dicen defender.

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