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La ciudad y los días

Carlos Colón

El narrador implicado

LA convivencia de reporteros con aventureros, marginales o delincuentes, y su presencia mientras cometen delitos, hace tiempo que plantea fricciones entre las leyes, el periodismo -serio o sensacionalista- y el espectáculo televisivo. El caso de la reportera Samanta Villar no es, por lo tanto, una novedad. La moda desatada por el excelente programa Callejeros, que ha sido imitado por todas las cadenas, ha dado aún mayor protagonismo a esta cuestión, tan antigua como la prensa libre (o de empresa) que buscaba hace ya casi dos siglos a sus nuevos lectores en los relatos "sensacionales" tipo "la vida como es". El periodismo americano fue pionero con figuras tan apasionantes como Ned Buntline (1813-1866), aventurero, periodista que bautizó a William Cody como Buffalo Bill y hasta -¡esto sí que es implicarse!- diseñador del Colt Buntline Special que regaló a Wyatt Earp y a sus cuatro ayudantes en agradecimiento por el "material periodístico" que le habían procurado los "oficiales de la paz" de Tombstone. Uno de sus herederos fue Walter Noble Burns (1872-1932), que escribió por igual sobre los antiguos héroes/forajidos del Oeste (fue célebre su biografía de Billy el Niño) y los gángsteres de los que fue coetáneo (pueden leer en Valdemar su espléndido Chicago sangriento).

Vivir con los aventureros, delincuentes o marginales y ser testigos de sus formas de vida y hechos para después contarlos es consustancial al periodismo moderno. Y a este, a su vez, le es consustancial el sensacionalismo abiertamente explotado o rozado. La voluntaria o involuntaria exaltación de lo que se cuenta -transformando a los antiguos pistoleros en héroes o a los actuales pequeños delincuentes en víctimas de la marginación- también es consustancial a este tipo de periodismo que conoce casi infinitas variantes. El negocio está siempre tras ello; y la explotación de lo morboso, también. Pero sin negocio no hay prensa libre; y los límites entre la denuncia, el testimonio y la espectacularización morbosa son muchas veces imprecisos.

Se trata, por lo tanto, de una cuestión compleja que afecta a instituciones, prácticas, valores y vicios arraigados en las sociedades libres desde que éstas existen, es decir, desde la primera mitad del XIX; y con ellas a la prensa libre como fundamento de la democracia y como negocio. Los avances de los medios de comunicación no han hecho sino multiplicar las posibilidades de estas prácticas y con ello también los problemas que originan. El caso de Samanta Villar, que es menor y supongo quedará en nada, se inscribe en esta historia apasionante.

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