La tribuna

César Hornero Méndez

La universidad del "como si"

LA Universidad de Sevilla, conviene aclararlo, no ha establecido ni reconocido el derecho de sus estudiantes a copiar en los exámenes, como algunos medios han recogido estos días, en una polémica que ha alcanzado nivel nacional y que ha merecido incluso la atención del presidente de la Junta de Andalucía y del ministro de Educación. Sí ha regulado, y ese mérito hay que reconocérselo, una cuestión que en muchas universidades no lo está: qué hacer cuando un alumno, en el transcurso de un examen, es sorprendido copiando, o valiéndose, como dice la normativa, de "un objeto material involucrado en una incidencia" (vulgo: chuleta).

La opción tomada por el art. 20 de esta "normativa reguladora de la evaluación y calificación de las asignaturas" no es, en nuestra opinión, la más afortunada. Permitir al alumno pillado en falta continuar su examen -invocando su derecho a realizarlo y su presunción de inocencia- no parece lo más adecuado, sobre todo si lo que está en juego es la autoridad del profesor. Sostener que ésta es la mejor manera de garantizar los derechos del alumno es una solución que, además de demagógica, excluye incomprensiblemente otras posibilidades que en nada deben atentar contra tales derechos.

Nos parece más sensato prever la expulsión del examen del infractor y la posterior apertura de un expediente informativo o disciplinario -algo que sí sucede en muchas universidades-, y en el que el alumno podrá por supuesto defender sus intereses. Expediente del que podrán, obviamente, extraerse las consecuencias que se deriven tanto para el alumno como para el profesor que no hubieran procedido correctamente. Por el contrario, la opción elegida pasa por la piedra la autoridad del profesor y vuelve a mostrarnos algo que ya sabemos desde hace tiempo: la universidad se parece cada vez menos a la universidad (y cada vez más, educativamente hablando, a lo que hay antes de la universidad).

El estado de nuestra universidad explica que una noticia como ésta, que puede ser siempre llamativa -y más si se exagera, como de hecho ha sucedido-, no sea sorprendente por desgracia. Responde a un estado de cosas que viene gestándose hace tiempo y que coloca, entre otras causas, a la universidad española en el lugar que actualmente merece en los rankings internacionales y, lo que es más grave, en la peor consideración ciudadana. El desprestigio del sistema educativo en España no excluye a la universidad, como muchos todavía pretenden.

Y es que una normativa como ésta de la Universidad de Sevilla es una manifestación de uno de los factores -no es el único, ni con seguridad el más importante- que han contribuido a colocar a la universidad española en su deplorable situación actual. Esta normativa no es más que una muestra de papanatismo democrático. Quienes lo practican -defensores de una democracia más formal que material, lo que nunca confesarán- piensan que donde hay un grupo de personas, como en la universidad, todo debe estar sometido a votación y a algo parecido al principio de igualdad. Todo se vota y todos somos iguales.

En el caso de la universidad española, este fenómeno comenzó a manifestarse en el necesario proceso de democratización de ésta tras la dictadura, llevado a cabo fundamentalmente mediante la Ley de Reforma Universitaria de 1983. Ello supuso la panacea democrática para muchos: la implantación de una universidad cogestionada por todos aquellos que la integran comunitariamente (profesores, personal de administración y alumnos). Todos iguales o, más bien, todos igualados. La masificación y una demagógica universalización del acceso a la universidad hicieron el resto. El producto es esta universidad cogestionada. Una auténtica aberración que no resiste la comparación, por ejemplo, con un barco o un avión en los que el capitán o el comandante (léase un rector o un decano) preguntasen a los pasajeros (léase los alumnos) por el rumbo a seguir o el mejor aeropuerto en el que aterrizar. Una autentica aberración, en algunos casos interesada, con alumnos con mayorías suficientes para decidir la elección de rectores, decanos o directores de departamento.

La situación a algunos nos parece tan grave que hasta nos sorprende la importancia dada a lo que no deja de ser una anécdota. El profesor Bermejo Barrera acaba de regalarnos una nueva entrega de su implacable diagnóstico sobre la universidad española: La fábrica de la ignorancia. La universidad del "como si". Efectivamente, quienes estamos hoy en la universidad vivimos una ficción: esa universidad del "como si". Todo sucede "como si" fuese la universidad, pero ya no lo es. Hagamos "como si" lo fuera, parece ser la consigna. La verdadera universidad o está en el pasado o está en el futuro. En el presente es muy difícil encontrarla.

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