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PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

El perjuicio causado a la Universidad y a Sevilla

LOS periodistas que seguían ayer por Bruselas al ministro de Educación, Ángel Gabilondo, le preguntaron por la Universidad de Sevilla y sus exámenes. En la sede del Parlamento Europeo no se ha hablado de la Hispalense para referirse a sus mentes más preclaras, sus juristas eminentes o sus científicos de referencia. No, la Universidad de Sevilla se ha convertido en tema recurrente de conversación sarcástica, en latiguillo, en frase hecha, en leyenda urbana o en chiste por la normativa sobre exámenes y evaluaciones.

El rector y todo su equipo de gobierno han rectificado, no les quedaba otra salida tras ser reprendidos desde los gobiernos nacional y autonómico. Ellos van a seguir siendo, desde el anonimato social, los mandamases de la secular institución. Porque ni en Triana ni en Vigo ni en Estrasburgo saben quién es el rector, el vicerrector de Ordenación Académica o el decano de Derecho. Ni falta que les hace. De las universidades se habla genéricamente por sus cualidades o sus deficiencias, ya sea la de Oxford o la de Shanghai. A quién no le gustaría estar en Harvard aunque no le vea ni en pintura el birrete al rector. Pero los notables e intangibles daños al prestigio de la Hispalense y a la imagen de Sevilla, como boomerang de ida y vuelta, tardarán muchos años en borrarse y los vamos a pagar todos los sevillanos, doctorados o parados. En esta era mediática: si la aparición de un cometa llama poderosamente la atención, se convierte en una foto fija que eclipsa la realidad en la que se haya convertido el polvo de estrellas, y en todas partes lo que se considera como presente continuo es una inexistente imagen de un pasado que no llegó a producirse: la de una universidad que permitía a los alumnos finalizar un examen aunque el profesor les viera copiando.

Mención aparte merece el Consejo de Alumnos. Sus miembros no tienen toda la culpa de que sea mínima la cifra de universitarios que les vota como delegados, lo que devalúa mucho su representatividad. Pero sí son responsables de no ver adecuada la marcha atrás del equipo rectoral con la anulación del fatídico artículo 20. La admiten solamente para que escampe la lluvia de críticas, y piden que se redacte mejor. Demuestran que son representantes de una época de valores desnortados en la que profesores y alumnos abogan por la igualdad hacia abajo (socavando la autoridad moral de los mejores profesores y alumnos), en lugar de igualar hacia la excelencia.

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