TODAVÍA no provoca más que estallidos puntuales y tensiones locales, pero en la sociedad española va calando una hostilidad hacia el inmigrante que nos era desconocida. Claro: también eran desconocidas, ajenas, una presencia tan masiva de extranjeros afincados en España y una crisis económica de las dimensiones de la actual.

La coincidencia en el tiempo de estos dos factores (alto porcentaje de inmigrantes en poblaciones determinadas que atraviesan problemas de desempleo, precariedad y carencias de servicios) es la que explica un fenómeno del que no queremos hablar porque incomoda, desasosiega y remueve conciencias: hay un rechazo creciente a la inmigración. No una actitud xenófoba o racista expresa, pero sí un estado de opinión larvario que predispone a la enemistad y la malquerencia. En sectores determinados, al odio. Sobre todo en aquellos cuyas vidas son desgraciadas y no saben explicar por qué.

El informe Racismo y Xenofobia 2009, que publica el Ministerio de Trabajo e Inmigración (ojo: la encuesta que le sirve de base se hizo en el del otoño de 2008, o sea, que la situación probablemente haya empeorado), refleja que el 77% de los españoles creen que el número de inmigrantes es excesivo o elevado, tres de cada cuatro piensan que las leyes de inmigración son demasiado tolerantes o más bien tolerantes y seis de cada diez considera que los españoles autóctonos deberían tener preferencia sobre los extranjeros a la hora de acceder a un trabajo.

El resto de la investigación revela el conjunto de tópicos y recelos que los países desarrollados albergan contra la inmigración: hay que expulsar a los inmigrantes legales que cometan cualquier delito o a los que se queden en paro demasiado tiempo, hay que dar prioridad a los españoles en el acceso a la atención sanitaria y la elección de colegio para sus hijos y los inmigrantes deterioran los servicios públicos y las condiciones laborales generales. La mayor parte de estos tópicos son irreales y no resisten la confrontación con los hechos (¿cómo van a perjudicar el trabajo de los nacionales si muchas veces realizan el trabajo que los nacionales rechazan?), pero alimentan el imaginario colectivo del temor ante el diferente.

Sólo los espíritus cándidos pensaban que este malestar y este cambio de mentalidad, que ya se habían producido en las naciones más prósperas de nuestro entorno, no iban a llegar aquí. Más vale que seamos conscientes de que, crisis aparte, España necesitará de un fuerte contingente de inmigrantes y que será cada vez más una sociedad pluricultural y multiétnica. Tendrá que convivir con la diversidad e, incluso, con sus propios fantasmas. Hay que afrontarlo antes de que el malestar se convierta en odio y enfrentamiento.

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