La crónica económica

Manuel / Hidalgo

Crisis financiera internacional y crecimiento español

DURANTE los últimos meses se ha asociado la caída del sector inmobiliario y de la construcción con la ralentización económica que vive nuestro país. Esta idea es común a lo largo y ancho no sólo de España, sino también del resto del mundo, como hemos podido comprobar a través de las opiniones expresadas por algunos gurús de la economía.

Sin embargo, esta explicación es indudablemente parcial e incompleta. Desde el lado de la oferta es posible que estos sectores puedan explicar gran parte del auge económico anterior y parte de la ralentización actual. Pero, en mayor o menor medida, hay otros sectores que han participado e impulsado el boom económico reciente, por ejemplo, los servicios en general.

Desde el lado de la demanda, la argumentación varía, ya que no hay duda de que la demanda interna española ha sido el gran elemento impulsor: consumo e inversión. La gran pregunta por lo tanto es ¿cómo ha sido posible sostener tal nivel de crecimiento de la demanda? o, mejor dicho, ¿cómo la hemos podido financiar? La respuesta es meridianamente clara: gracias al incremento de la deuda familiar financiada por los mercados internacionales. Concretando, nuestro pasado crecimiento es deudor de los fondos prestados en mercados financieros internacionales, fondos que ahora hay que devolver.

Gracias a la integración monetaria, los agentes financieros españoles han podido captar recursos abundantes a un precio barato, que luego han puesto en circulación en nuestro país con formato de créditos al consumo e hipotecas. Este modelo de financiación se ha tambaleado en los últimos meses. ¿Por qué?, pues porque las necesidades de financiación de nuestra economía no se han visto satisfechas, dada las restricciones crediticias internacionales. Por este motivo, lo que al final se traslada a los ciudadanos es una menor posibilidad de obtener un crédito barato, por lo que se reduce la demanda: compra de bienes duraderos y, como sabemos, las inversiones inmobiliarias.

El efecto de esta restricción será claro en el consumo, gran motor de nuestra economía, y en la inversión. El sector inmobiliario ya sufre estas restricciones, como bien sabemos. Pero también lo van a sufrir las empresas que suelen financiar sus proyectos, por lo que el efecto, si perdura, se trasladará hacia territorios más peligrosos, ya que la inversión es la base del crecimiento futuro. En definitiva, la posición de dependencia de la economía española en cuanto a la financiación pasará factura. En un mercado integrado como el europeo, este problema se concreta en la no existencia de financiación, lo que golpeará más duramente a las economías que, como la española, han basado su crecimiento en dinero barato e inmediato.

La pregunta que debemos hacernos es cuánto tiempo tardaremos en poder disponer de nueva financiación. Lo seguro es que nuestra ralentización será directamente proporcional a lo que tarden los mercados internacionales en regularizarse. Esperemos que sea poco.

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