EL gran capitalismo pasa la mano por la espalda a Zapatero y le premia con el caramelo del halago: "Aplaudimos las decisiones del Gobierno español", dijo el director general del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn. El día antes, en la Unión Europea, hubo celebraciones parecidas. Los mercados respondieron a la discreta adulación y estiraron el Íbex hasta la cota de los 10.000. La mustia moral de los socialistas se agitó y los generales victoriosos del PP dieron un respingo de incredulidad porque no ignoran que el elogio del contrario aniquila su convicción de triunfo. Es lógico: la dramatización del déficit no dejar de ser pura palabrería. Y la palabrería se disuelve con la retórica contraria. Nos dejamos calar por el artificio de la palabra, ya sea la de Rajoy o la de Strauss-Kahn. La del presidente del Gobierno, en cambio, adolece de credibilidad. Mientras no los convalide el FMI, los diagnósticos de Zapatero no conmueven a las bolsas, que es quien hay que conmover, incluso emocionar. El presidente del Gobierno puede sacar cabeza. Sólo un poco, quizá la coronilla. El halago del gran capital es la golosina que los padre terribles suministran a los hijos pródigos. En estas felices circunstancias me encuentro con una frase que me dijo José Saramago hace seis años: "Los gobiernos no son más que comisarios del poder económico".