La tribuna

Gonzalo Guijarro

Triunfalismo educativo

EL consejero de Educación de la Junta de Andalucía dijo en el Foro Joly que el sistema educativo andaluz es "incomparablemente el mejor de la historia". Lo de "incomparablemente" debe de significar "si no lo comparamos con otros", porque según diversos informes nacionales e internacionales España está a la cola de los países de la OCDE -y Andalucía a la cola de España- en resultados educativos. Veamos algunos datos.

España tiene una tasa de abandono escolar temprano del 31,8% y Andalucía del 38%, frente a un 15% de media europea. Es decir, que el 38% de los andaluces menores de 24 años carecen incluso de la secundaria obligatoria. Éste es un dato que se refleja directamente en la dificultad de los jóvenes para encontrar empleo.

El paro juvenil alcanza en España actualmente el 40,93% y en Andalucía el 48,89%, lo que no es sólo escandaloso, sino muy alarmante. Es una clara muestra de que, a peor formación, mayores dificultades para encontrar un trabajo. En la llamada economía del conocimiento, de la que tanto hablan nuestros políticos, los empleos que puede desempeñar un analfabeto funcional son cada vez más escasos. Por otra parte, la absoluta carencia de base y de hábito de estudio de estos jóvenes, que han desaprovechado sus años de mayor capacidad de aprendizaje, los desanima incluso de acometer posteriores actividades de formación.

Según un estudio de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada, en España existen actualmente 750.000 jóvenes en paro que ni buscan empleo ni realizan actividad formativa alguna que les facilite su integración en el mundo laboral. Tal vez alguien opine que esta falta de iniciativa se debe a factores genéticos o climáticos, pero yo creo más bien que ha sido originada por un sistema educativo que desdeña sistemáticamente el esfuerzo, el conocimiento y el mérito, como muchas y muy autorizadas voces vienen denunciando desde la implantación de la Logse y la LOE. De hecho, en los últimos diez años España ha perdido un 6% de titulados en bachillerato o FP de grado medio, con lo que no sólo es ya imposible alcanzar el objetivo del 85% fijado en los acuerdos de Lisboa para este año, sino que nos hemos alejado de él. Frente a nuestro raquítico 59,9% actual, países como la República Checa o Polonia superan ya el 90% en esas titulaciones. Es decir, que lo que hay con Europa es divergencia educativa, y no convergencia.

En suma, lo que el consejero llama "el mejor sistema educativo de la historia" no resiste comparación alguna y, desde luego, no parece que esté preparado para "conseguir los parámetros que fija la Unión Europea", como también aseguró gratuitamente. A ese respecto, el 39% de titulados universitarios existentes en España, que el consejero considera triunfalmente como un éxito, ya que es superior a lo exigido por la UE, no es sino un lastre añadido, pues después de gastar una fortuna en esa formación, España es el país europeo que peor remunera los estudios superiores y el de mayor tasa de subempleo entre sus titulados.

Pero lo más escandaloso de las declaraciones del consejero es lo que atañe directamente a esos docentes cuyo prestigio social asegura pretender incrementar. Según auguró, en el futuro los profesores se seleccionarán primero y se formarán después. ¡Asombrosa innovación! Sólo que uno se pregunta en qué se podrá basar esa selección de individuos no formados que posteriormente habrán de ser profesores. ¿En su manifiesta tendencia a la sumisión, quizás? ¿En su proximidad ideológica con los seleccionadores? Señor consejero, la única selección democráticamente aceptable de un docente requiere que su formación sea previa; lo contrario impide cualquier objetividad y no puede ser más que una forma de amiguismo más o menos encubierta, ya que el candidato a selección no puede mostrar otra cosa que sus intenciones.

También afirmó que "enseñar es hoy más difícil que nunca". En eso he de reconocer que estoy de acuerdo, pero debo señalar que esa dificultad añadida es responsabilidad exclusiva de la perversa política impuesta por la Consejería desde hace ya demasiados años. El Plan de Calidad, por ejemplo, que se obstina en imponer pese a haber sido rechazado por los docentes y declarado ilegal por el TSJA; o el recién aprobado ROC, que atenta directamente contra la libertad de cátedra y deja indefensos a los docentes ante las posibles arbitrariedades de los directores, al mismo tiempo que les concede el derecho a la huelga irresponsable a alumnos de quince años.

Verdaderamente, resulta irritante la pertinaz tendencia de los sucesivos inquilinos de esa Consejería a declarar su apasionado deseo de prestigiar a los docentes, al mismo tiempo que proceden a instituir normas y procedimientos tendentes justo a lo todo contrario.

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