El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia@grupojoly.com

¿Se comerá los brotes la cabra inflacionaria?

Cada vez que en el pasado el petróleo ha subido muy bruscamente, Occidente ha entrado en crisis

DADA la cantidad de opiniones más o menos acreditadas que hemos conocido en las dos últimas semanas acerca de la Revolución de los Jazmines, cabe enfocar el asunto en esta sección desde la perspectiva del impacto económico que los levantamientos árabes nos van a causar de forma inmediata. Hagamos pues abstracción acerca de los significados religiosos-históricos (suníes frente chiítas) y político-religiosos (la yihadista organización Hermanos Musulmanes, creada va para un siglo, con la caña puesta y el martirio por lema) que subyacen en los conflictos. Obviemos también el rampante precio del trigo como detonante de la insurgencia desde las tripas, e incluso la pragmática hipocresía de Occidente apoyando a unos regímenes ahora morituri. Hablemos de un petróleo que ha subido un 20% en dos semanas, que no es que haya rebasado la barrera de los 100 dólares, sino que hay quien prevé pueda rebasar los 200. Horreur.

En la historia reciente, cada vez que el precio del petróleo se ha encarecido en un 85% o más en el curso de un año, el mundo occidental ha entrado en crisis, arrastrado normalmente por Estados Unidos. Desde 1975, eso ha pasado cinco veces, con más o menos daño económico. El alza de los precios del petróleo derivado del calor económico de los países emergentes es natural y hasta positiva. El alza intensa y sobrevenida, derivada del conflicto y el miedo, es mala. Sobre todo porque dependemos todavía intensamente de las energías fósiles, cuya producción y precio no depende de nosotros. La inflación cual cabra desbocada que arrasa con lo que pilla podría hacer desaparecer nuestros brotes verdes. Que los hay: brotes de bonsái, pero señales de esperanza, en forma de notable incremento de las exportaciones, el bastión del turismo o la tímida recuperación del flujo crediticio. Un ejemplo viviente de la Ley de Murphy ampliada, que dice que si algo ha ido mal, irá peor. Quizá sea éste otro arreón hacia el suelo del ascensor en caída libre, el que nos pondrá los pies en un suelo desde el que poder remontar.

España tiene un problema de inflación. Nuestro dinero no sólo mengua sino que se deprecia, lo cual es especialmente grave cuando las rentas del trabajo y empresariales están estancadas. El ajuste de la economía española vía salarios y precios, que recomendó y pronosticó Krugman con tino cuando nos visitó hace dos años, sólo se está dando en la primera de las variables, lo que gana la gente. La inflación española marca niveles superiores que la de los países de referencia de la UE, y esta asimetría se vuelve especialmente perversa cuando la inflación importada se vuelve galopante. El Estado obtendrá una pírrica victoria con ciertos impuestos a los importadores y refinadores de crudo, y los precios de los carburantes subirán no tanto por la mayor presión impositiva -gran parte del precio del litro en gasolinera-, sino por el subidón provocado por la crisis política multifoco del mundo árabe. Los costes de producción de las empresas subirán, lo que no ayuda a la capacidad de nuestros productos y servicios de venderse en el exterior, nuestro flotador ineludible en estos momentos.

Enfocando en el principal defecto de nuestra economía -la deuda familiar y empresarial, a cuya reducción debemos vincular la reactivación económica nacional-, ahora sí podemos temer con fundamento una subida de los tipos de interés. Si el BCE ya había anunciado más o menos sottovoce que el crecimiento de Alemania y otras economías les está produciendo tensiones inflacionarias y, por tanto, el tipo de referencia va a subir antes o después, no cabe sino concluir que la brutal subida del petróleo de estas dos últimas semanas va a acelerar esa subida. Lo cual no son buenas noticias para las muchas familias españolas con pasivos hipotecarios vinculados al Euríbor, ni para los bancos que tienen dichas hipotecas en sus activos.

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