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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

la tribuna

Luis Humberto Clavería Gosálbez

El 15-M tiene razón

PASADAS las elecciones municipales y autonómicas con los resultados conocidos y en gran parte desinflado el movimiento conocido como 15-M, democracia real, de los indignados o como quiera llamársele, creo que es buen momento para hacer unas reflexiones de cierta importancia.

Lo primero que acabamos de ver es que uno de los partidos mayoritarios ha barrido al otro, pero ignoramos cuáles son los méritos y las propuestas de los vencedores y cuál es el grado de culpabilidad de los derrotados en la producción de la causa principal de su derrota. La espectacular derrota socialista en casi todo el territorio español proviene sustancialmente del malestar generalizado provocado por la descomunal crisis económica: siendo el PSOE quien gobierna, se castiga al PSOE, como se hubiera castigado al PP si él hubiera sido el gobernante en Moncloa, sencillamente porque ambos son impotentes para afrontar en un relativamente breve espacio de tiempo una crisis originada en EEUU (aunque con raíces en la misma España, especialmente desde principios de este siglo) y para cuya solución las autoridades europeas nos bloquean el antídoto, intensificando sus causas mediante órdenes terminantes a nuestro desventurado presidente en mayo de 2010, presidente cuyo principal pecado fue la falta de reflejos ante la situación, negándola o relativizándola cuando el tigre estaba ya sentado en el salón.

¿Qué habría hecho Rajoy ante las llamadas de Obama, Trichet y compañía? ¿Quizá no habrían sido necesarias? Porque el problema por excelencia que ahora padecemos es que debemos pagar una cuantiosa deuda a nuestros acreedores y al mismo tiempo tenemos que gastar para mover el circuito económico: si hacemos lo primero, no podemos hacer lo segundo, porque no hay dinero, dado que, para saldar la deuda, el Estado rebaja los sueldos, las pensiones y los gastos sociales y sube los impuestos y los bancos restringen los créditos: ¿Qué haría el PP? A lo mejor dentro de X años sale al exterior dinero que, invertido, sirva para activar el mecanismo.

Pero no olvidemos que algún dinero hay: millones que se han llevado importantes políticos e importantes empresarios a ellos vinculados, remuneraciones millonarias de banqueros, etcétera: no lo hay para los pobres deudores que padecen una hipoteca o para las pymes, pero sí para otras entidades, por ejemplo, aquéllas que luego puedan devolver el favor. Ello me lleva a destacar que los acampados en Sol o en la Encarnación constituyen un fenómeno más importante que las elecciones mismas; si sintetizamos lo nuclear de sus peticiones, podríamos decir que se resumen en dos: cambio del régimen electoral y posibilidad de incidencia de la voluntad de los votantes en las decisiones políticas más importantes al menos ahora, las de contenido económico; me refiero a la revisión de la distribución territorial de los escaños, a las listas abiertas, al control jurídico efectivo de los mercados, del mundo financiero y bancario, etcétera; lo que los acampados reclaman es algo que ya ha salido a colación hace pocos años: ¿Para qué votar, si el poder real no está en las instituciones jurídico-políticas, sino en los poderes fácticos económicos, en las grandes sociedades de capital, en esas descaradas agencias de calificación al servicio de quien sabemos, etcétera?

Destruido el señor Zapatero, ¿qué piensa hacer usted, señor Rajoy, para atender este problema? ¿Puede un gobernante de un país periférico de un continente en declive, regido por tres o cuatro líderes que no tienen entidad para serlo, transformar el funcionamiento del mercado que nos afecta, caracterizado por un Derecho Mercantil de Sociedades encaminado a facilitar la concentración de riqueza y poder y el fraude de ley y por una normativa financiera que, aun existiendo, tiene como finalidad real el existir lo menos posible? ¿Tiene sentido confiar en unas grandes potencias cuyos máximos responsables o son dictadores manifiestos y explícitos o, si son demócratas, realizan actos que en nuestro Derecho penal serían constitutivos de gravísimo delito?

¿Y aún preguntamos qué quieren los acampados del 15-M? Es evidente que cuando cantaban "La llaman democracia y no lo es" mentían, se equivocaban o exageraban, si nos comparamos con el régimen del glorioso caudillo o del no menos glorioso celeste Imperio actual, acreedor del Imperio Occidental, pero no se me diga que carecían totalmente de razón, pues nuestra actual democracia, si tiene mucho de demos, poca cracia le queda: la cracia está en ciertos despachos no fácilmente alcanzables por una regulación jurídica, apoyada en la voluntad popular, que pueda afectarles haciendo operar una razonable asignación de recursos acorde con unos mínimos principios morales.

Nos esperan años algo deprimentes, pero no debemos olvidar la tarea que compete a las nuevas generaciones: ante la globalización del poder, la globalización democrática de su control efectivo, siendo el primer paso la toma de conciencia de ello: en los estados llamados de Derecho el demos tiene hoy sólo el 10% de cracia.

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