Betis - zaragoza · la crónica

Este Betis sí es el cacique deseado (4-0)

  • El equipo de Mel, ya imparable, devora a otro enemigo más en su vertiginoso camino hacia Primera. Jorge Molina y Rubén Castro, con goles a pares, rubrican el fútbol de seda de Portillo y Dani Ceballos.

Pepe Mel era consciente de ello cuando hace ya un lustro puso sus pies por Sevilla por vez primera para entrenar al Betis. El equipo no iba a ascender siendo uno más en la categoría. En esa disquisición que si gutagambas o gutaperchas se hubiese diluido de igual modo que le ocurrió al del año anterior con Tapia y Víctor Fernández en el puente de mando. Por eso, desde su aterrizaje lo dotó de una estructura de juego y de una ambición como corresponde a los verdiblancos cada vez que se ven obligados a zozobrar en esta categoría. 

El Betis, para que su gente lo soporte un año en Segunda, no sólo debe liderar la tabla. Debe mandar, jugar con autoridad y, si es posible, incluso con gusto, con ese duende que su gente ya atisba cada vez que la pelota ronda por las cercanías de Portillo. 

En esta segunda etapa, lo tenía más complicado el técnico madrileño. Pese a la antológica y eficiente cura de urgencia de Merino que devolvió las constantes vitales al equipo, éste nunca acababa de arrancar, trufaba partidos aseados con alguno nauseabundo y, cómo no, también con victorias de prestigio en las tardes más encopetadas. Pero por esa irregularidad no generaba entre sus prosélitos esa sensación de seguridad y de invulnerabilidad que hoy se les advierte enseguida aunque en vez de a la cara se los mire a unos zapatos que, tiznados, son lustrosos por cuanto el agente no es otro que el albero más maravilloso de la tierra. 

Eso demandaba, precisamente, el bético. Y eso ha sabido dárselo un hombre que quizá nunca debió comprometerse a ello. Porque a la mayoría le basta con ascender y qué bético no firmaría incluso cuatro agónicos partidos de promoción si el epílogo no es otro que la Primera División. 

Pero... no. Parece que no será así. Mel ha convertido al Betis en ese cacique que ordena y manda en Segunda y, de paso, mete el miedo al resto de competidores para que se peleen por las migajas. No es que estuviese ya celebrando el éxito manzanilla en copa, pero ¿alguien se imagina qué hubiese sido de este equipo sin la aciaga etapa de Julio Velázquez? Pues sólo tiene que echar un vistazo a los números. 

Porque cuando se escribía en algunas gacetas que el Betis es el mejor de la categoría no se hacía con intención de zaherir al vallisoletano, sino de decir la verdad por más que a alguno le doliese. Rubén Castro, Jorge Molina y Adán no están al alcance de muchos equipos de Primera y hogaño se han sumado Dani Ceballos y Portillo, del que no pudo disfrutar Velázquez, dicho sea de paso. 

Pero no es sólo eso. La mayoría de los futbolistas ha multiplicado sus prestaciones y su ambición con la llegada del madrileño. Y, para colmo, el Betis, incluso, como corresponde a esa jerarquía de la que hablamos, ha recobrado el respeto del colectivo arbitral, por mucho que ayer la primera decisión errónea del árbitro fuese escamotearle un penalti por manos de Cabrera. 

Aunque el fútbol envía señales y frente al Zaragoza se advirtieron algunas de las que conducen ineludiblemente al éxito. Igual que el curso pasado el equipo comenzó a desprender aromas a fracaso desde que el maldito Bosch y compañía decidieron prescindir de Mel, en el partido de ayer confluyeron circunstancias radicalmente opuestas. 

Porque el Betis, tras una brillante puesta en escena, sufrió unos diez minutos de acoso zaragozano. Salió mandando, metiendo incluso a Kadir por el medio y con una movilidad asombrosa por delante del balón. Pero igual que se agrupaba bien para atacar, lo hacía pero mal para defender por el interior. Reyes se vio algo solo y los maños, en algunos arreones, hasta metieron miedo. Pero ahí llegó la primera señal: golazo de Jorge Molina tras un pase no menos bueno de Dani Ceballos. Lo mejor, con todo, fue que el gol lo espoleó y se fue en busca de otro gol, lejos de acularse y buscar el contraataque. Ítem más: la puesta en escena del Zaragoza tras el descanso pareció desbordarlo, pero nuevamente cuando peor jugaba llegó el 2-0. Y, como antes, el gol lo relanzó y dejó de sufrir para mandar de nuevo e irse arriba con la fe del que se sabe más fuerte y más grande que nadie. 

Éstas son las señales que transmiten los buenos equipos. De esto, por la mejor calidad de sus futbolistas, se habla muchos lunes para contar los partidos del Barça o del Madrid, que salvan como ninguno los malos momentos y aprovechan los de bonanza para machacar. 

Y escrutando un poco más se puede ver a Dani Ceballos, con sólo 18 años, levantando y agitando su brazo derecho en dirección a la portería de Bono para decirles a sus centrales que no se aculen, que mantengan la línea donde establecen los cánones de su entrenador. 

Ése es el Betis que, ya puede decirse, ha vuelto a forjar Mel. Un equipo valiente, jugón y con una confianza como no hay otro en la categoría. Sin miedos. Un equipo en el que cumple Casado y en el que Molinero puede parecer por momentos Cafú o el mismísimo Carlos Alberto. Un equipo en el que Portillo hace lo que le da la gana y disfruta de nuevo del fútbol como lo hacía en El Palo. Un equipo con un portero que emana seguridad con sólo mirarlo a la cara. Un equipo con un medio de cierre, el nunca bien ponderado Lolo Reyes, que recibe un golpetazo en la cara y se levanta como si nada. Un equipo en el que dos delanteros que casi suman setenta años, atesoran más del doble de goles... 

Éste es el Betis mandón que querían los béticos, el cacique de Segunda, el que dentro de ocho partidos, o quizá menos, debería disfrutar de un sitio entre los mejores. Ahí donde su gente entiende que toda esta arrogancia se convierta en humildad.

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